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Tengo que reconocer
que la tarde avanza
colgando sin piedad
los trapos sucios
del vecino. No me importa,
mientras no seas
tú
quien cuelgue mi alma
a la indiscreción de proxenetas
y
otros bichos transeúntes.
Me miras con esa ingenua piedad
de enamorada.Despacio desnudas
los versos, que un día
yo también colgué de tus labios,
y que ahora, caprichosamente,
pronuncias.
El vecino y el televisor
siguen su matraca
y tú
me sigues queriendo
como el primer día,
con un amor
des
nudo
sin-límites.
Hora bruja
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