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Me rascaba la espalda, suave
como la brisa de la noche.
Los sueños se encargaron
del resto. Todo se cifraba
en negro-azul y un dolor
de cabeza. Pasar la página
duele más que escribirla.
Me desperté con el olfato
animal. Serené el alma
cuando la vi rendida a mi lado.
Todo volvía a ser azul y blanco.
Y anoté, atropellando con la tinta
el sabor del sentimiento.
La mañana se enredó
en las cortinas y en el ruido,
mientras la luz libraba batallas
entre los huecos guerreros
de mis manos.
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