Era de noche, esa hora bruja de enamorados
cuando sus pasos se confundieron con mi voz.
Palabras y deseos rozando alas
de ángeles guardianes.
Y se dio el encuentro
en ese punto de fronteras donde el rellano
no es casa y la casa deja de ser hogar,
en ese lugar de nadie y de todos.
Se olvidaron las angustias,
en los ojos había perdón,
un querer escribir en los trozos rotos
de las horas perdidas.
Y la caricia curó las ausencias. Un regalo,
a punto de la media noche, la hora bruja
cuando las voces se vuelven susurros
y las manos giran al compás del corazón
.
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Por fin la gata apareció después de haber tenido una aventura entre los muebles del vecino del quinto. Primero, el silencio; después la caricia de los niños; para terminar, luego, a escobazos por la chica del servicio que, sin piedad, la espantó de aquella casa. Eran las 11, 45 cuando los maullidos respondieron a la llave de la puerta.
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