Qué gratas son tus caricias,
hermana mía, esposa;
son mejores que el vino tus caricias,
mejor la fragancia de tus perfumes
que cualquier aroma.
(Cantar de los cantares 4,8-13)
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TE FUISTE con el velo de la noche.
La claridad enmudeció el ardor insaciable
de la piel. Nada como tus labios
para alimentar la página de mis versos.
Vuelves, con el cansancio del día
con la sonrisa y
el miedo.
Tus manos alientan
los ritos
de la comida y la
palabra.
Estas, en medio
del cotidiano,
redimiendo las
pequeñas cosas.
Y el mundo
comienza a girar
no sé si al revés
pero gira.
Permaneces, como
la brisa,
calmando este
fuego
que prendes en mis ojos
cuando te acercas.
Ahora sigues anidando nubes
en la tierra de mis manos,
en mi boca, en mi alma.
Eres mi espejo y lo sabes.
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