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No hay nada más angustioso que estar esperando una llamada importante. Cuando de esa llamada penden muchas cosas personales, miras el teléfono y lo sientes como una parte de tu ser que no responde.
Los minutos se hacen eternos y en ese pasar de las horas, cuando hasta los ruidos molestan, cualquier movimiento sabe agridulce. En esos instantes de incerteza es cuando la imaginación toma posiciones y, “como una loca de la casa”, fantasea con el desastre.
Imposible frenar la sensación de vértigo vital. Miras a los lados y descubres que los asideros, esos de los que te sentías seguro, han desaparecido. Esperar así es como una pesadilla que frena las mejores intenciones.
Y sin embargo, en medio de la tormenta, aparece extrañamente el ánimo, las ganas de mirar al frente en un intento de positivarlo todo.
Por ello me pregunto sino sería bueno, en ocasiones como esta, volver al estado animal donde la racionalidad, la maravilla de pensarte, se vuelve cero y los instintos se agudizan.
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