domingo, 30 de junio de 2019

LAS SIETE VIDAS DEL GATO (Badajoz, Imcrea, 2010)



Comienza el libro con la dedicatoria: A mi padre, de quien aprendí a mirar la vida. Y es que este libro tiene como emoción y eje central los sentimientos hacia mi padre, los sentimientos por los que veo llegar lo inevitable a mi ser más querido. Estos sentimientos se reproducen en forma de verso al interpretar el viento, la luz, el agua que pudieran ser los últimos en cualquier instante.
En las cuatro partes de que consta el poemario, intento ir, casi en silencio, por el caudal de la vida, contemplando los accidentes del camino y el final del mismo. Todo ello reflejado en las circunstancias de la enfermedad de mi padre, el durísimo Párkinson, en la difícil espera de la muerte y en el impresionante intercambio de amor y energía entre mi padre y yo.
En esta obra intento transmitir el dolor con suavidad, eliminando la crudeza de esta situación difícil para dejar vía libre a esa mirada con la que mi padre me enseña a mirar la vida. En ningún momento dejo de preguntarme por el porqué de este terrible tránsito de la muerte, de analizar la ternura y el desconcierto que este hecho existencial me produce para aprender de cualquier respuesta por leve que sea. Hay preguntas que no tienen respuesta, aunque es cierto que una pregunta siempre es un paso hacia delante.


Solo sé que me besas 
A todos los que, como mi padre,
sufren de párkinson.

No sé si los encuentros
favorecen la tortura
de esta vasija quebrada
dejando que el sueño venza
al horizonte. No sé.
Adán se desnuda, olvidó la manzana.
La excavadora pasa ante su puerta
colgada al ruido de la luz
y de la calle.
No sé si la carne o el espíritu
están preparados para acoger
este corrillo de manos. No sé
si creador se olvidó
de soportar la vida dejándola
a su suerte. No sé si escucha o se olvida
de entender porque no oye.
Realmente no sé
si las sábanas amortajan
o embozan esta fragilidad
del campo de batalla.
Solo sé que me besas
encendiendo un instante
la luz de tus ojos. Después
sigues con tu lucha
ajena al creador.
Por estrenar 

En sus labios había
una palabra por estrenar.
No cabe el gesto, sólo la mirada
a punto
de retomar la tarde.
Sus manos, orillas de un río
que arrastra silencios.


Hay tanto viento 

Me desvela la inocencia de tu carne
En el hálito de los días. Dejas que el viento
De la tarde acune el rostro de este árbol
Dolorido de tu cuerpo
Hay tanto viento
en tu mirada que la luz de tus ojos
llenan el espacio
de mariposas blancas
Cuanta ternura  contenida en el gesto
de tus manos, cuánto dolor en esa fuerza
implacable de las horas, cuánta libertad
en la huella de agua que resbala por la sangre
de todas las primaveras. 
Hay tanto viento
en tu mirada que la brisa es
un juego endemoniado
de niños en la plaza.
Tu memoria se quema a la sombra
del silencio, arde en el fuego original
de tu sonrisa. Cuánto aprendí
en ese no decir nada y en tus gestos
diciéndolo todo, cuánto.

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