jueves, 30 de octubre de 2014

La distancia de los graves.






Lento se despierta el día. La luz lame las paredes despejando
la guadaña de las sombras. Y en este acoso de grises y perezas,
los recuerdos se amontonan envueltos en sonidos de la calle.
La memoria juega a regresar al punto cero. Hay mucha soledad.

Las sonrisas no llegan y la palabra golpea las paredes.Todo se repite 
con la mecánica vertiginosa de la prisa. Se marca la distancia 
de los cuerpos. No basta los buenos días, ni el sabor del café, 
ni las tostadas a punto de quemarse. Hay tanta ausencia.

Libros desplegados; un punto rojo en los sábados de octubre;
recordatorios de visitas; marcas en las hojas pares de un libro
por comenzar. Todo descolocado, parecido a  la maqueta
de un jardín inglés. No hay dentro ni fuera, hay  caos.

La carne reclama el suicido de las formas, el comienzo de otra
secuencia. Todo tiene ese apresto falso del ir sin saber a dónde.
Hay que parar esta inercia sin sentido. El deseo retoma el color
de la vida. Duele el parto de lo infinito en este límite de la carne.

En esta lucha no hay  tú ni yo, solo el deseo de alcanzar
el silencio de las cosas, esas que no se nombran,
las que impiden decorar las aguas insaciables de Narciso.
Hay mucha fuerza en la sangre, alas, en este anhelo de vivir.


sábado, 18 de octubre de 2014

En este paisaje de paso



                                                                       Cómo vengar la levedad del alma
                                                                       que calla soledades.


Qué ligera el alma en esta jungla de seres voraces,
Intentando sortear los abismos del abismo
en el que estoy. Sometida al puro devenir
me hace crecer bajo cielos insospechados.

No hay línea recta, todo es azar, improvisación
que me obliga a seguir errante. Y en este tránsito
hay un diálogo que sabe a silencio, a lluvia de otoño,
que cose soledades en el revés de las horas.

Cómo desagraviar esta prudencia inútil que amordaza
el instinto; cómo permitir que la intuición deletree
el mensaje de los instantes en blanco; cómo ver
la cara oculta de las cosas que nos atan a la emoción.

Qué frágil el alma, qué leve su presencia, cuando la carne
reclama las vocales del verso y las horas  levantan ídolos
que controlan la risa y la pregunta. Llueve. Cuánta soledad
en este paisaje de paso donde la vida es dirección sin definir.

viernes, 17 de octubre de 2014

En este naufragio de vivos.




Me duele el cuerpo hasta salpicar las vísceras de miedo,
como si fueran dibujos de un calidoscopio. Siento que muero
al ritmo de este otoño. Sale el sol. Las voces resultan ajenas.
Todo es ajeno al ser cuando la vida escapa de lo simple.

Me duele la carne en este naufragio de vivos.  No quiero
esconder  la gravedad de los sueños bajo al barro.
Quiero vivir sin forzar los silencios, dejando a la palabra
su razón  y a los impulsos su momento. 

Me duele este ser que vuela con frágiles alas  en el espacio
breve de los días. Cómo cansa responder al eco de los muros,
a las palabras de siempre,  y a la lucha inútil de los seres perfectos
que reclaman sus egos. Difícil que la vida mantenga su rumbo.

Me duele tanto este tardar de lo nuevo que el alma
se acostumbra a sobrevivir sin religión y sin patria.
Duele, pero menos, cuando el ser abre los ojos
a la inquietud sin adjetivos y a la súplica sin máscaras.


martes, 14 de octubre de 2014

Hilos de un movimiento alterno.



No sé si emprendí un viaje sin retorno, atrás dejé
alegrías desbordantes, paisajes generosos, y la  silente hermosura 
de las mañanas. El laberinto se estrecha, existe el impulso de seguir. 
Al rozar la levedad de tu cuerpo, escucho voces.

La sequedad del ambiente agota 
el movimiento de los labios. Tanteo entre las sombras.
Lo dulce se vuelve oscuro y las palabras se agolpan
en el hueco de los labios esperando un beso redentor.

Empañado por el frío, un espejo marca la frontera
de los sueños. Todo está nublado. Los ruidos se amortiguan
en el paso de las horas. Quiero volar y me descubro
amarrado a las rejas de esta cárcel, sin tus caricias.

No quiero esconderme de las bestias y enfrento,
cuerpo a cuerpo, la lucha animal del yo incierto.
Un dolor me atraviesa dejándome exhausto.
Todo es tan frágil, que tu mirada me devuelve la vida.

Besos, caricias, miradas. Un universo de emociones
entretejen los hilos de un movimiento alterno
que aleja de la muerte y busca el equilibrio
entre la tierra y la carne de un cielo por descubrir.






jueves, 9 de octubre de 2014

Entre las sombras del asfalto…




Llueve, llueve tanto que la gente corre y se agolpa
en las calles con la ceguera propia de quien teme
un peligro. Llueve. Los vehículos se parapetan
tras los semáforos. Una guerra de poder.
El tambor del miedo suena entre las ruedas.
Un paso de peatones vomita gente en todas las direcciones.
Hay un hambre insaciable de libertad en los pasos que se cruzan.

El olor a café invita a entrar en los garitos abiertos de la avenida.
Un aire familiar recorre la acera. El griterío de los niños,
en el patio de un colegio cercano, pone un punto de color
a la mañana. Y en medio de este infierno, de sonidos y sabores,
me siento como nota en el núcleo de un compás. Una canción
rebelde de cuatro tonos.  El mensaje es directo, tiene pocas letras
en esta estrofa de la mañana, una pesadilla.

Me escapo entre las sombras del asfalto y multiplico los sueños
en el chapoteo de los charcos. Rompo así con la monotonía
del silencio. Miro al cielo y éste me devuelve el eco  del agua.
No deseo  confundir el tiempo con la prisa ni la conciencia
con el perdón en estos versos de cristal que reflejan el otoño.
Pierdo el sentido de la ausencia encendida en la memoria
al  traducir el lenguaje de la lluvia.

Y doy gracias al aire y a las voces que me empujan a leer
esta sintaxis de la calle y sus ruidos, este emigrar de los sentidos
que se afirma en el poema. Y no hay sangre sino ideas
que vienen y van emulando el giro de las aves
atrapadas en el viento.
Llueve, llueve tanto que el agua entra por todos los rincones
del paraguas.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Tan quebradiza el alma...

                                          


                                                  Cómo vengar la levedad del alma
                                                   que calla soledades.



No estoy obligado a pedir amores ni siquiera a amar
sino a vivir en esta colonia de deseos que enraizaron
en la carne, un laberinto de pérdidas absurdas
que castraron la mirada. Encuentros del alma
con otras soledades, con otros llantos, con otros gritos,
con tantas derrotas que los ojos se acostumbraron a ver
cielos de invierno.

 Hay tanta futilidad en el camino, tan quebradiza el alma,  
que la búsqueda se volvió  encuentro eterno con la miseria.
No tengo miedo a tocar el hartazgo de los vencidos,
de los que no tienen norte, de los maltrechos, de los miedosos,
ni de todos los que vendieron sus manos en favor de una caricia,
de los innominados, ni de aquellos que viven sin alzar la voz.

 No estoy obligado a leer lo que no escribo, ni a  emborronar versos
con la mentira de una emoción,  sino a sobrevivir en esta condena,
de puertas adentro, donde las horas se agotan en un punto y seguido
en un volver a empezar. Las vísceras se resisten a esta locura de voces
que entran por todos los resquicios del ser. No hay escapatoria
en este infierno que venga la flaqueza del alma que calla soledades.


martes, 7 de octubre de 2014

A imagen de mí y de mi sombra.



Sujeto al paralelo de Greenwich, acompaño
la vida, esta vida lacerada,  para que las horas
lluevan  exactas sin mojar el alma y todo transcurra
sin retrasos, aunque la memoria traicione el presente.

La memoria, esta torpe memoria, pasea ansiosa
entre el pasado y el futuro, sin poder esquivar
las  preguntas molestas, ese interrogatorio que apaga la luz
y, sin remedio, me  engulle en el agujero negro de los días.

No puedo reclamar la eternidad cuando la carne se aplasta
en el fango. La pasión adorna este decorado cotidiano
que la religión no comprende. Pasión de  risas y llanto,
que amamanta sangre y sobrevive en esta selva de ególatras.

Luego, siempre luego, la conversación de todo y nada,
de lo simple y lo importante hasta dejar limpio el cristal
de las guerras. Dónde está el alivio de  esta ceguera
que me dicta el sacrificio.

Por qué vivir  a imagen de mí y de mi sombra. Por qué
el hijo pródigo es un maldito, y Caín vive en el destierro
y los puros son héroes. Nadie me mira, sigo en la penumbra.
Solo tengo ojos para mis ángeles, los únicos que me soportan.





lunes, 6 de octubre de 2014

Cómo sofocar tanta impiedad.

                                                                             
    


                                                                                   Cómo sofocar tanta impiedad 
                                                                                   en la línea del deseo.


No hay nada que hacer cuando la incertidumbre acecha 
entre el instinto y la razón. Quiero arrancar esta espada 
de Damocles que me tiene asido al borde impío 
de las horas. Ha llovido, los caminos se han anegado. 

Gritar no importa. La voz está rota. 
Y en esta  vigilia, que mantiene abierta
la herida, hay tanto dolor que ya no duele.
Preso del infortunio el verso se nubla.

Las miradas dejaron de ser cómplices. 
Unas, se pierden entre los muros; 
otras, hacen eco, ruedan entre los muebles 
de la casa, como almas perdidas. 

El presente se hace fuerte, guarda la vida 
cerrando la puerta de otros paraísos. 
Nada es ideal en este cotidiano 
de soles a medias y frío de otoño. 

Asisto al duelo de la pérdida, a la triste visión 
de los deseos frustrados. Hay ángeles 
que me sostienen de pie; sonríen, 
empujándome a la risa; me hablan, 

haciendo que recomponga el verbo 
en estos versos de cristal. 

No hay tiempo para perderse 
en el laberinto del “fatum”, solo instantes 
para amar lo cercano. Y en este deseo, 
de amor sin palabras, la espada se aleja de mí.

Revivo entre lo sencillo, entre las cosas simples 
las que se olvidan, las que están en la sombra, 
las que no tienen nombre. Esas cosas sencillas 
que me devuelven la memoria en medio de la angustia, 

las que clarifican cuando todo está a punto 
de perderse; esas pequeñas cosas que te nombran 
y me nombran en medio de este barrizal 
que las tormentas han dejado

jueves, 2 de octubre de 2014

Como un dios errante y desnudo.


La noche está borracha de silencios,
de latidos de la sangre, y de imágenes sin color. 
No estás tú. El silencio se bebe la fe,
la oscuridad engulle  la miseria y sus palabras.

Cómo sofocar tanta impiedad en la línea del deseo.

Una voz, apenas un susurro, naufraga 
en la razón y la maldice. No hay nada 
que contarle al tiempo. Se rompe el espejo
de las manos  en la orfandad de la caricia.  

Cómo vengar la levedad del alma que calla soledades.

 Llega el alba, ese tránsito de la luz que perdona 
el llanto de la piel, vacía de caricias, desterrada.
Se despeja la niebla de estos versos de cristal.
Todo está por hacer. Un punto cero con cicuta. 

Cómo  reconciliar tu gesto si el rencor evita la mirada.

Habito en este bosque del deseo como un dios 
errante y desnudo. No quiero romper las huellas 
de tu cuerpo y del abrazo, ese perfume que arrancaba
las sílabas del hastío hasta devolverme a la calma.

Cómo plegar los bordes de la tierra sin romper 
la esperanza de tenerte.

Existo en ti, me conmueve tu sonrisa 
sin ignorar que tu  dolor vomita las verdades 
y escruta, sin miedo, la cara más oculta de mi alma.
Me duele este habitáculo donde estoy y te contemplo. 

Cómo volver a enamorar tu mirada sin cambiar el color
de tus ojos.

Pido a los infiernos que me atan la paciencia para pronunciar
tu nombre sin quebrarlo. La tierra, invadida de absurda estupidez, 
vuelve al silencio. Dios se asoma al caos. Todo está por hacer.
Eva sonríe. Después vendrá el verbo con sus paraísos.

MIS VISITAS AL MUNDO

MIS VISITAS AL MUNDO
Tiene Lisboa sonidos de agosto