lunes, 6 de octubre de 2014

Cómo sofocar tanta impiedad.

                                                                             
    


                                                                                   Cómo sofocar tanta impiedad 
                                                                                   en la línea del deseo.


No hay nada que hacer cuando la incertidumbre acecha 
entre el instinto y la razón. Quiero arrancar esta espada 
de Damocles que me tiene asido al borde impío 
de las horas. Ha llovido, los caminos se han anegado. 

Gritar no importa. La voz está rota. 
Y en esta  vigilia, que mantiene abierta
la herida, hay tanto dolor que ya no duele.
Preso del infortunio el verso se nubla.

Las miradas dejaron de ser cómplices. 
Unas, se pierden entre los muros; 
otras, hacen eco, ruedan entre los muebles 
de la casa, como almas perdidas. 

El presente se hace fuerte, guarda la vida 
cerrando la puerta de otros paraísos. 
Nada es ideal en este cotidiano 
de soles a medias y frío de otoño. 

Asisto al duelo de la pérdida, a la triste visión 
de los deseos frustrados. Hay ángeles 
que me sostienen de pie; sonríen, 
empujándome a la risa; me hablan, 

haciendo que recomponga el verbo 
en estos versos de cristal. 

No hay tiempo para perderse 
en el laberinto del “fatum”, solo instantes 
para amar lo cercano. Y en este deseo, 
de amor sin palabras, la espada se aleja de mí.

Revivo entre lo sencillo, entre las cosas simples 
las que se olvidan, las que están en la sombra, 
las que no tienen nombre. Esas cosas sencillas 
que me devuelven la memoria en medio de la angustia, 

las que clarifican cuando todo está a punto 
de perderse; esas pequeñas cosas que te nombran 
y me nombran en medio de este barrizal 
que las tormentas han dejado

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