domingo, 24 de enero de 2016

Tamborrada. Cambiando el “chip”.



Nunca pensé que los carnavales me llegaran tan hondo, como ayer viendo la tamborrada. Y no era por los Carnavales en sí- que siguen sin gustarme- o por el tamborileo de las comparsas, sino por la felicidad impresa en los ojos de Rodrigo. A él le encantan los instrumentos, y si hacen mucho ruido mejor. Por eso mismo, la percusión de los carnavaleros le atraía como si el alma de Pedrito Martínez le hubiera poseído. Jamás hubiera aguantado los decibelios de unos altavoces a poca distancia y menos, en una plaza no muy grande. Pero Rodrigo quería verlo todo, casi tocarlo, con un gozo poco normal en niños de dos años, como él. Y fue este  ver la alegría en el rostro de mi hijo lo que me hizo cambiar el “chip”. En realidad, el “chip” hace tiempo que lo he empezado a cambiar. Ahora le ha tocado el turno a los Carnavales. Insisto, esto de disfrazarse nunca me ha gustado. Mi disgusto carnavalero  puede venir por ese no soportar otro disfraz diferente al propio, ese con el que convivo todos los días. En fin, el entusiasmo de Rodrigo me mantuvo, sin protestar, hasta casi el final. Y me dejé llevar por el ritmo frenético de unas comparsas que anunciaban la definitiva quema del Mari-manta.


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