miércoles, 8 de octubre de 2008

Una poética del tiempo o el verso del pincel

Exposición de Marisa Batanete en el Gran Casino de Badajoz ( 11 de septiembre al 10 de octubre).

Hay trabajadores del arte y creadores donde el arte se hace vida. Este segundo caso es el de Marisa Batanete que hasta el 10 de octubre expone en el Gran Casino de Badajoz. Marisa es una creadora que, más allá de la técnica (tekné), sabe mirar el otro ángulo de la realidad para traerla al lienzo una veces en monocromías y otras en una atrevida y delicada composición. Una maestra de la pintura, en el sentido más lato de la palabra, que los amantes del arte no pueden obviar.

La Batanete se deja llevar por el regalo de la sorpresa que habita el cotidiano, esos instantes que pasan desapercibidos y que ella es capaz de captar para recrear su obra. Su hacer pictórico no es un estudio al uso ya que, por decirlo de algún modo, su "no-método" fijo de trabajo sigue un des-arreglo de las formas situadas que la van llevando a nuestra artista de la nada al todo, de la levedad de la percepción al sentimiento de los volúmenes diseñados.

Cuando nos acercamos a su obra, que repito no hay que perderse, descubrimos esa esencialidad del misterio apuntado en las cosas. Una pintura de los gestos y del sentimiento, difícil de encuadrar en una escuela de pintura. Y es que, importa decirlo Marisa es consciente del cotidiano dejando que las formas pictóricas vengan después. Con esto no quiero decir que Marisa Batanete confiese intimidades a través de sus obras sino que ésta se une al universal donde todos nos encontramos. Aunque en realidad a través de sus cromías se puede ver el ensueño y la inquietud de la artista.

Importante ver esta exposición preparados para que el lienzo, como una ventana abierta, nos comunique la espiritualidad de lo representado. En esta obra de Marisa Batanete la esencialidad de la imagen (del eikon) interactúa con el visitante y no al revés. En sus trazos, en la creación de texturas, Marisa deja que el ser interior tome cuerpo en el espacio de los sujetos con los que la propia obra se interrelaciona. Para nuestra artista pintar es una forma de sobrevivir a la confusión y la complejidad de la vida acomodada a formas.

Para descender a lo concreto de esta obra y teniendo en cuenta la precariedad del espacio haremos un breve recorrido por algunas de las obras:
Arranca la exposición con una obra titulada Presentación, una pintura que recuerdan a los maestros del cubismo, aunque no es cubista la obra. Este lienzo guarda una estrecha similitud con otro titulado Novia desnuda. En Presentación las formas se traban unas en otras en una delicada perpendicular donde las manos abismales se entrecruzan dejando el rostro de la tierra besar el fondo del misterio. Un cuadro sugerente donde la ficción de los signos parecen abrazar el sentimiento diseñado en unas formas angulosas y rectas.
En el segundo, Novia desnuda, la sensualidad toma cuerpo en ese aparecer de un rostro, como el mascarón de un barco, que quisiera romper la mitad el cuadro, envuelto de los azules a modo de olas. En el centro, resaltando una figura femenina, una ventana se abre a los blancos infinitos. Hay que estar atentos a los trazos del pincel donde el tacto y el olor se acercan al espacio de unas formas regulares.

Marisa trabaja la composición o la destruye en el sentido de reconstruir nuevos sentimientos, una perfecta deconstrucción de la forma. En el lienzo Pan y peces el sentido de lo espiritual se dibuja en unos peces que ondulan en medio de monocromías azules. Importa observar que el rostro de un hombre nos aleja del centro y el rompimiento de color, en el ángulo opuesto, equilibra esta manera particular de la composición.

Un cuadro perfecto para un estudio de la metafísica de las formas es el llamado No. El título, fuera de su elección aleatoria, no es una negación sino más bien la afirmación de la realidad íntima de la persona. En el centro del lienzo aparecen diseñados, con gran delicadeza de formas, un rostro y su reflejo en una máscara (person) que hacen de esta composición, de cromías blancas y azules, un decir del yo-mismo. Una meditación sobre el ser más profundo. En definitiva, una forma de indicar esa realidad del misterio personal. Una metafísica en clave pictórica.

Pero la obra de la Batanete nos lleva también de lo metafísico a lo antropológico, de lo más esencial y profundo a lo más cercano. Para constatar esto hay dos obras, Penélope XXI y Amén, donde el color tierno del misterio y de los azules da paso a la carnalidad de los sienas y tostados, a la presencia de los rojizos, cobres y la profundidad compleja de los azules grisáceos.

Todo un despliegue de matices cromáticos propio de una paleta bien trabajada. En el primero de los lienzos, la postura fetal y sedente del dibujo nos deja patente ese ser que somos pegados a la tierra; en el segundo lienzo, la postura del hombre diseñado indica, más que la de un vencido, la de un ser que terminó su obra o la de alguien confiado a la suerte. Los dos cuadros recuerdan a los clásicos del Renacimiento, como Rafael o Miguel Ángel, interpretados, en este caso, por esta maestra de las sensaciones. Estos dos lienzos, al igual que el resto de la exposición, no dejan indiferente a nadie ya que nos acercan, una vez más, a la reflexión de lo inmediato, a la contemplación de ese ser humano pegado a la tierra, la criatura en su habitat primigenio.

En este marco de las esencialidades vitales Marisa muestra un lienzo,A veces mariposas, que nos lleva, con un magnífico juego de los trazos a lo más profundo del subconsciente. Las estructuras triangulares dividen en tres partes el cuadro. Este es un dibujo de lo onírico, del sueño que hay que contemplar sin tiempo previsto. En él llama la atención la muñeca rota o vencida del fondo. También son interesantes observar en el lienzo los recursos arquitectónicos empleados ( una escalera o un rascacielo en el centro), así como la síntesis de ocres y azules en atrevidos escorzos.

De la exposición de Marisa merecen atención otra serie de lienzos donde la pintura se convierte en un delicado dibujo capaz de generar multitud de sensaciones. En ellos, la mixtura de blancos y azules se une, de manera magistral, a las formas redondas del diseño. Esto se puede contemplar en Todos fuimos heridos donde los escorzos se confunden con el horizonte dejando entrever lo contrario de lo que el título de la obra indica. Otro de los lienzos de esta manera de diseñar es el lienzo Adan y Eva, en el que los desnudos en movimientos se unen a los elementos primordiales (agua, tierra, aire).

No me olvido de la obra que cierra la exposición Se nos muere Platón. Aquí, la referencia crítica a la muerte de lo sencillo representado en la pintura de unas casas con tejas que son ojos. Un cuadro que se vuelve al observador con una llamada de atención ante la complejidad obtusa de lo urbano capaz de matar el pensamiento ( el logos vital).

Tengo que aclarar que este comentario de la obra Marisa Batanete no es más que un relatorio de palabras orquestadas que intentan apuntar a la pintura de una luchadora del color. Estas obras, expuestas en el Gran Casino, son una secuencia de la poética del tiempo, como un verso pictórico de los momentos abundados de la vida. En definitiva, la exposición es todo un magisterio del color y de las formas que hablan de las sensaciones del ser humano a través de la pintura.

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