lunes, 21 de mayo de 2012

El último piso. Soliloquio


Vivo donde los peldaños se acaban, en el último piso donde lo pies pesan y la ropa y los ojos. En esa altura donde la libertad tiene nombre de llegada. Porque la libertad se nombra como una pintada de protesta, ajena al  mecánico del ascensor que siempre me deja una nota amarilla de arreglos. En esta altura, donde los sueños luchan contra el desencanto, en esta altura  de todos los momentos, de las vigilias todas. Me callo. Porque las mediodías de agosto son silenciosas. Callo, ante la nota de los arreglos que el ascensorista me deja. No quiero entorpecer la palabra. Y en este habitáculo de altura, no hay escapatoria para que el ascensorista me deje la hoja del arreglo. Y en este dejarme una nota,lo invento. Aunque no tiene sentido inventar al ascensorista y su nota,  molesta y acostumbrada nota de los arreglos, esa que siempre me deja. Y como ante un espejo, guardo silencio delante del mecánico del ascensor. Me pregunto cuáles son mis desarreglos pero el espejo refleja, como un eco lejano, algunos silencios, otras torpezas y los jaques del destino. Después, llegas y me abrazas sin impedir este crecer a solas, a la intemperie, en el último piso donde el ascensorista llega, siempre con su nota. Aquí, donde no quiero agostar nada de este agosto que amenaza lluvias. Y sigo en silencio. Ahora, pienso que todo está orden, los sueños, la libertad. Sigo en el último piso,  sin nota de arreglos. Donde vivo, donde los peldaños se acaban pero no las ganas de vivir.

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Tiene Lisboa sonidos de agosto