jueves, 20 de agosto de 2015

Como si de un guionista amateur se tratara.


Montado en la delantera del carro de las compras Rodrigo divisa el supermercado como un capitán de navío desde su puente de mando. Lo pregunta todo, balbucea lo que no sabe, y señala lo que le gusta por el color. Y en su señalar apuntó una caja trasparente de muñecos para el baño. Maravillosa caja con princesa y torre, además de dos soldados, caballo y dragón. Rodrigo miraba con admiración tanto color y volumen juntos. Unos muñecos fabricados en China aunque la promotora sea valenciana y con sello de la comunidad europea. Antes de pagar la caja trasparente colgaba del brazo del chiquillo como si de un amuleto de la suerte se tratara. La pericia de la cajera hizo, sin desprender la caja de muñecos del brazo de Rodrigo, que la nota del precio pasara. 

Llegados a casa, se desprecintó la maravillosa caja liberando a los muñecos de su anonimato. Rodrigo les puso nombre a todos. Y así, vivos en sus manos, los muñecos comenzaron a moverse  por el salón construyendo  historias de princesas y dragones. Unas veces desde el sofá, otras desde los sillones, los soldados hablaban entre sí de una princesa perdida en medio de la mesa  junto a una torre a punto de caer. Después, el caballo y el dragón brincaban de la mano de Rodrigo por los bordes del televisor hasta la trona. Este les hacía   subir y bajar, como si de titanes se trataran. La cena estuvo acompañada de los soldados que, como dos vigilantes del tesoro, custodiaban el plato de la tortilla francesa. A los postres, el caballo saltó por encima del zumo de frutas que Rodrigo tomaba apretando el break. 

Ya para dormir el muchacho empuñó su oso de peluche en una mano y el caballo de sus historias en la otra. Había que salvar al menos uno de los muñecos del encierro en su caja transparente. Mañana,  ¿los muñecos  darán motivos para seguir construyendo historias? Probablemente sí, y Rodrigo se sentirá feliz, como si de un guionista amateur se tratara.

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