A todos los que buscan rosas por las esquinas.
Llegaste en la noche bajo un manto azul,
la tristeza cubría tu rostro, pero tu alma,
incapaz de sucumbir ante el destino,
dejó escapar la sonrisa del corazón,
impulso que abrió la puerta
del océano mar en la frontera
de un lecho lleno de horas
que rompieron las aristas
de la primavera.
Después, vino la voz, la palabra
dispuesta a despejar la tiniebla
del espacio, y ocurrió, que lo terrible
se volvió dulce, flor a punto de nacer
entre las manos que generosas despertaban
la tierra de esta piel, ahora, fundida
en el corcel indomable de la carne.
Cómo volver atrás, si la mirada reclama el horizonte
de tiernos encuentros que labren el jardín
de este deseo inagotable que busca ansioso
el abrazo de la noche, la complicidad de las estrellas,
testigos de las ninfas que unos dioses distraídos
dejaron a la deriva de los vientos.
Ahora, todo es río que fluye en la aventura
donde Dionisos bebe la copa
del amor ante la mirada esquiva
de Apolo; el banquete está servido,
los comensales por llegar, vienen
con lámparas encendidas dispuestos
al vértigo de la pasión.
Se desliza el poema por el filo de tu espalda,
los versos resbalan en medio de nubes
que en silencio pasan montadas
a la grupa de un aire tormentoso.
Apareces, siempre apareces,
musa blanca que me salvas
de morir
en el último instante.
Sé que estás ahí, siempre ahí,
vigilante con un silencio creador
de noches y días donde el cuerpo
se alza y los sentidos recobran
alas perdidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario