Creció en mí como una extraña
hasta convertirse en la amiga
impertinente
a quien soporto.
Con la inquietud calmo el fuego
de sus tardes, las piedras
de sus días y a veces,
sólo a veces, la confundo
con el deseo, otras con la pasión,
es entonces cuando se desborda
sobre el alma, como el galope
de unos caballos sin frenos.
En medio de sus locuras
siembro primaveras
hasta acariciar el sonido
que no es música
es el tacto tibio
que termina en su sonrisa.
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