Hace tanto calor que el silencio se rompe
en las paredes. Los gritos resbalan
en la sordina de los muros con un cansado
eco que trae solo azul de verano. Y el alma,
siempre dispuesta, vigila entre las sombras
el esfuerzo de un viento anónimo
arrinconado en las esquinas.
Nada se mueve
sin provocar
al cielo.
Hay veces que los animales dormimos
y otras que simplemente bebemos.
Cuando soñamos descubrimos
las caricias ocultas del mar
y cómo aguardan las olas
en nuestros manos.
El silencio amortigua el calor,
el sueño la protesta. Por eso dejo
que el mar se haga sueño
hasta fundirme
en la brisa
del tiempo.
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