Todavía el sol no ha ocupado la avenida,
las sombras rebotan en los balcones y
el trino de los pájaros se mezcla al sonido
de una chicharra lejana. El mundo se despierta.
Mientras la brisa zarandea las cortinas
del cuarto de estar tú te dejas acunar
por el último sueño. Ocupas el espacio
de la musa reflejando tu cuerpo en el susurro
de las sábanas.
Se han desatado las amarras
del despertador.
En el puerto de la alcoba permanece apostada
tu piel con su memoria, y mis labios
con tu mirada. Te contemplo en el paréntesis
de luz que tu sueño prolonga
envuelta en el silencio, en esa frontera
que marca distancia con el bullicio insolente
del cosmos.
Esta mañana no hay prisa.
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