Acabo de estar en un claustro de profesores, de esos que comienzan a las 4,30 y
terminan a las tres horas y sin descanso
para, mínimo, hacer un pis.
Pues bien, después
de oír las diferentes comunicaciones:
las del secretario y el
anuncio de los recortes y del poco
presupuesto que queda para las próximas semanas, si la administración no lo
remedia que, como está el patio, no lo remediará; las de extraescolares, hablando
de todos los viajes realizados, a cargo del bolsillo de los" papis" y
de las ventajas de convivir fuera; las del jefe de estudios, con una evaluación exhaustiva de los resultados de la segunda evaluación. En
fin, después de dos horas de exposiciones varias se llegó a los ruegos preguntas,
un espacio- que esta tarde ha servido para hacer notar la protesta unánime por
la situación en la que, profesores y alumnos, vamos a quedar para el año que
viene.
Aquí, los cabreos se pusieron de
manifiesto por el estado
de sitio al que la
Administración nos va a mantener, una situación donde el número de alumnos, cada uno con su diversidad de aprendizaje, será grande (hasta 37 en aulas que
caben máximo 25); y también por el
aumento de horas que llevará a contratar
menos interinos.
Mientras hablábamos,
el enfado se ha hecho mayor cuando hemos
manifestado que, con el cuento del recorte,
se justifica la aversión que el neoliberalismo tiene por lo público.
En concreto, no me
quejo del claustro- que trabajar no me importa-, sino del estado de indefensión al que hemos llegado los
profesores y en definitiva los alumnos por las medidas falaces del gobierno
Rajoy que, como un neodespota ilustrado, hará de un sistema
"malo de cojones", algo peor y de difícil de curar.
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