Y ahora somos tres, un
libro de Luis Miguel Sanmartín (Sánchez Martín). Editado por Poesía eres tú,
Madrid, 2018.
Nos
encontramos ante un libro total donde las emociones se atropellan con el deseo
al ritmo propio de un poeta maduro. Por esos no estoy muy de acuerdo con lo que
expone la contraportada de este libro.
Señala que es una reflexión sobre la necesidad de amar y el temor a la soledad. No es que no crea
que sea así sino que es mucho más de
todo eso.
Al inicio del poemario,
de seis partes definidas, se
encuentra una dedicatoria particular, A
cuantos por acción u omisión alentaron
este libro. A mamá, a papá / A Cris/ A Nicolás. Al escribir alentar
nuestro poeta subraya de forma amable- la necesidad de sentir apoyo en este primer
despegue literario. Importa decir que este primer trabajo de Sanmartin es de
gran altura.
Después de la
dedicatoria aparece una cita cabecera de
Li Bai, poeta chino del siglo VIII,
el mayor de los poetas románticos. Su cita da nombre al poemario. Levanto
mi copa, invito a la luna/ y a mi sombra, y ahora somos tres. Al final
del libro, en otro de los poemas, El poeta inmortal, se vuelve a
hablar de este escritor oriental. Baste señalar que desde esta cita se adivina
la intencionalidad de esta obra.
Tengo que
señalar, a nivel de forma, que el libro presenta la riqueza cultural que nuestro
poeta tiene sobre el oficio de escritor como es, por ejemplo, la mezcla de versos heptasílabos y
endecasílabos. Esta forma de trabajar marca la tónica de todo el poemario, provocando que los
versos tengan un maravilloso ritmo. Luis
Miguel, al igual que Li Bai (autor de referencia), detiene el remo/ desea la belleza quiere
amar… ( pág. 118).
Referencias
contextuales de la obra
A los lectores
que se acerquen a este libro les advierto que están ante una lírica trabajada donde las referencias cultas y locales incitan
a mirar con atención lo que se expresa.
De esta manera:
Las referencias a ciertos autores avivan
el olfato-lector y muestran por donde nos quiere llevar el poeta. Así, los
guiños a Neruda en Perversión del poema 20 (pág. 87), a Gabriel García Márquez En los tiempos del cólera (pág. 79), a Bécquer en el verso final de Poética nocturna (pg. 80).
El tratamiento
de los poemas con versos endecasílabos hace pensar que Luis Miguel Sanmartin hace algo más que guiños mayores a los escritores
clásicos, como Petrarca o Garcilaso
en su defecto. La Laura de Luis
Miguel, la amada del yo lírico en los versos de este libro, como el humanista
italiano, se presenta bajo las expresiones del deseo sensual y del tormento enamorado.
La referencia a los filósofos, como Descartes en La duda metódica (pág. 11); o a Platón en Mito de la caverna
(pág. 115), indica las preferencias de nuestro autor de apuntar desde aquí a
una lírica madura, al valor superior del Bien (al amor platónico) a
veces inalcanzable; o al afianzamiento de lo cierto ante tanto desvarío en los instantes de placer… en las teselas de (los) pechos / quemando con (su) angustia con (sus) muslos…/ en
el rebuscar en (los) bolsillos el deseo ( págs. 11/12).
Las referencias al cine son puntuales
y, a modo de Pere Gimferrer, le servirán para acentuar ese encanto del amor
inesperado como es el caso al tomar la película Paterson de un director
independiente, como Jarmusch (pg.
94).
No faltan las referencias al entorno donde vive y
siente nuestro autor, Alicante. Aunque son las justas, sirven para situarnos
y no estorban a la comprensión de lo que quiere comunicar “Sanmartin”.
Estas indicaciones físicas son Guadalest
(a 25 kilómetros de Benidorm) (pág. 67), o el
Winecanting (vinos de Alicante) (págs.
94/102).
La
obra. Un apunte de las emociones.
El frontispicio del libro se construye con el
poema Duda metódica (pág. 11). Este sirve
para preguntar si el amor es una
realidad que tiene que ver con la sensualidad del beso, del sentimiento de la
vigilia, o de la ficción que atraviesa -como espada- el alma. Magnífico poema,
de cuatro estrofas, que sugiere la
impresión del amante donde el deseo
se vuelve protagonista. El título del poema pone de relieve la duda de una
actuación más allá de la sinrazón: No soy
el que tú quieres/ que sea, lo presiento,/ tu mirada inconstante/ me señala el
pasillo de tus cejas/ piérdete entre mi ropa/ rebusca en mis bolsillos el deseo…//
mis manos ya no saben de prejuicios/ y el
miedo es una luz que me apetece.
A partir de
estas páginas se van sucediendo los
capítulos: Desconcierto, Oleaje de
sábanas, Verbos equivocados, Bar pecera, Y en el relámpago crucé la orilla, La
sonrisa de los nísperos. En cada uno
de ellos Luis Miguel Sanmartin plantea
el sentimiento de lo amatorio, y tratará
las emociones, como estas que
siguen:
-la del soñar, a pesar de la ceguera del
amor (pág. 13);
-la de la pasión carnal, con su corte de
sensualidad y de silencios (pág. 27);
-la del deseo en acto, que se vuelve
metapoético y mortal y engañoso- a modo de sirena (pág. 49);
-la de una sonrisa, donde significado y
significante se unen en una simbiosis maravillosa y permanente en la amada (pág. 63);
-la del desamor y su ansiedad que es
soledad y la del recuerdo de lo que pudo ser (pág. 89);
-la del amor que vence y como ángeles habitan la sombra del ser ( pg.
107).
A modo
de reflexión. Breve nota de la obra
En el primer capítulo, Desconcierto, se descubre el soñar a pesar de la
ceguera del amor (pág. 13). En este apartado se apunta a una especie de
deconstrucción de los ritmos, en el que de forma singular se destaca el proceso
del enamoramiento, que no del amor. De esta manera, se comienza por unas, pruebas de afinación, del
propio sentimiento. En el primer poema se reta a la propia naturaleza para que
sea haga una con el ser amado. El rocío, la nube conducen, de forma
irremisible, al yo poético comentar “lo
que tú quieras amor mío” (pág. 17). Las estrofas se rematan con dos grandiosos versos: sólo
le pido al viento/ que leas este poema (pág. 17). Expresiones en las que la
sutileza y la levedad son capaces
expresar, con palabras significantes,
los sentimientos más hondos. Los poemas que siguen tienen ese tono
lírico –romántico que el mismo Li Bai
podía suscribir. A pesar de ello, nuestro poeta apunta a ese instante en el que
la persona amada provoca en el amante un antes y un después de conocerla. “Ya nunca más he vuelto a ser el mismo”
(pág. 18). Es así, el amante se ha vuelto parte de la luna y sus orillas espumosas, de la arena un náufrago que aguarda
el rescate…ya no me conformo con cualquier cosa…solo te quiero a ti. (pág.
20) Es imposible vivir sin ti, dice
el yo poético. Porque el solo nombre de lo amado, señala, me consuela en este transcurrir
del tiempo…solo tu nombre hace de mí un aguacero…me salva (pág. 23), indica el yo poético. Y todo en un
sentimiento de atemporalidad en la misma figura lírica del tiempo que marca
a su vez el contexto de la soledad, “cuanto tiempo te he estado esperando” (pág.
24). A pesar de todo, el enamoramiento aparece como una locura, “no sé si innecesaria/-dice- malditos los conciertos de la noche/
siempre me dejan solo// siento frío/no sé si yo sabré soportar esto.” (pág.
25). Lo importante es caer en la cuenta de este “a modo de acústico de sonidos intimista”, de este unplugged,
donde lo que importa es volver a la realidad y apartarse de la locura y
exponer “fin de trayecto adiós/
creo que fin de sueño” (pág.
26).
En el apartado
segundo, oleaje de sábanas, la
pasión carnal, mantiene un corte de sensualidad y de silencios (pág. 27)
muy a tener en cuenta. Aquí, los poemas se encabezan con una cita del zamorano Claudio Rodríguez, “Bienvenida la noche con su peligro hermoso”,
resaltando así la sensualidad del amante. El yo poético terminará
por escribir “un poema/ ahora que no
existo-señala-/ ahora que soy un
sueño que sueña tu nombre/ ahora que la extinta llama/ es una pecera” (pág.
31). Es así, el enamoramiento se vuelve
algo cerrado, obtuso, carente de infinito. Desapareció el mar y en su lugar aparece
un constructo artificial, una pecera.
Porque “el amor es fugaz…/ una
tragedia…// me duele sobre todo / cuando oigo el ascensor…” (pág. 32). A
pesar de todo, el yo lirico expresa “confundo
tu cuerpo con el mío…” (pág. 33). Vuelve la soledad, como un eco, y el yo
poético termina señalando “tirito siento
miedo/me parezco demasiado a la muerte” (pág. 34) tan así que reclama el
beso y lo repite, como un mantra, “bésame
bésame bésame bésame…” Este gesto supone un grito requiriendo “cobíjame en miedo cobíjame en tu boca
cobíjame en tu/cuerpo” (pág. 35). Sin embargo, su cuerpo es
como una niebla- comenta-que abrazo
entre mis sueños” (pág. 46). La temporalidad vuelve a aparecer ahora como
un elemento que da consistencia. A pesar de todo, lo señalado no es más que un gesto
que pasa volando, “lo detengo en mi mano/
como a un pajarillo/ lentamente lo atrapo y lo hago origen”, si “me escapo alguna tarde y nos dejamos/ llevar
entre tus sabanas /…y dejamos así de ser silencio” (pág. 47).
Y de la locura
de rememorar se pasa a la locura de tenerse, de sentirse aunque con verbos
equivocados (capítulo tercero).
En este apartado lírico el amor tiene forma de engaño, de sirena. Se mantiene la emoción del deseo en acto, de los gestos que
sirven para construir lo metapoético
(pág. 49). Qué sencillo es refugiarse en el poema, en unos versos llenos de imperfecciones, y esto es lo que no debió suceder,
“el poeta nunca debió meterse en nuestra
cama” (pág. 59). Ante este amor,
el ser se siente indefenso, porque “la pasión es un fuego/que acorrala y lleva al
precipicio” (pág. 58). Este amor tiene forma de engaño, de sirena, dice el
poeta (pág. 61).
Será en el
capítulo siguiente, Bar pecera, donde la
emoción de una sonrisa, marcará la simbiosis del significado y significante
en la figura de la amada (pág. 63). Aquí, el tiempo y lo imposible son el
contexto de un tú poético que ordena y
espera. “Y llegas a ordenarlo todo/ /
como un pececillo anaranjado/ deslizas tu sonrisa/ por ese bar con forma de
pecera (pg. 69). El poeta, en un magnifico
alarde lirico, enlaza la figura del Bar-pecera con Homero y su poema
épico, con esos versos clásicos que
narran la aventura de Odiseo (Ulises) en su vuelta a Ítaca, “dime Penélope/ ¿Podría estar Ulises/
surcando unas cervezas/ dentro del bar pecera? (pg. 83). Lo imposible tiene
su referente metafórico en los peñascos y callejuelas de Guadalest. Esta dificultad de lo escabroso se resuelve con una
mirada, “te agradezco haberme mirado (68);
o en el sueño donde el yo poético espera encontrar a este
amor imposible (pág. 71), este amor cuyo nombre es “lluvia plena”, lluvia que no dudará en guardarla en el aljibe del pensamiento (pág.
72). Y aunque el yo lirico se siente un mal poeta, deja que a la noche le siga
el día, que ese meridiano 80 marque la inflexión del antes y el después “para que no te aflijas-.comenta- y me dejes solo” (pág. 85). El
capítulo se cierra con un guiño a los 20 poemas de amor y una canción desesperada
de Neruda, escribiendo que “ha muerto en soledad/alguien que no ha
nacido” (pág. 87). Admirable final
para señalar este sentimiento que solo puede encontrarse en el Bar-pecera, un a
modo de mezclar la lírica sublime con la sencillez de lo cotidiano.
El efecto
metapoetico de este capítulo se resume en las poéticas nocturna (79) y de
la playa (84). Es el milagro del
poema/ esperanza del verso/búsqueda de la idea y la palabra (79) donde la
silaba grita a este yo desesperado y amante, saltando por los folios pide auroras (79). Un yo que pide olvidar el fonema / y su ramaje hirviente
(79)…las cárceles sin luz de la sintaxis…porque
¿sabes princesa?/el poema eres tú (80). Este verso es una nota becqueriana
que subraya el perfecto contorno del romanticismo de este libro. Porque escribir/ es como un oleaje…// la duna
es la seguridad del verso/ y el mar es
la pregunta/ ¿por qué escribo poesía? (84). A pesar de todo el yo lirico se
confiesa mal poeta/ un vate que… escribe
sin parar /…para que no te aflijas y me dejes solo/…con mis cavilaciones/…con
mi oleaje/…con mis sartenes… (85).
El amor que trascurre
por estas páginas tiene un poco de ese amor a lo García Márquez, un amor
en los tiempos del cólera, un amor que sigue las pauta del realismo
mágico que enamora donde el placer de leer es estar pensando en ti/de imaginar
tu risa/ tu acento cadencioso/ la melodía grácil de tu cuerpo menudo (81).
En los
capítulos finales nuestro autor resolverá la trama del desamor. De esta forma,
en el penúltimo capítulo Y en el relámpago crucé la orilla, se hace patente el sentimiento del desafecto
y su ansiedad transformada en aislamiento
y en recuerdo de lo que pudo ser (pág.
89). El yo lírico marca la angustia -
soledad a secas, haciendo un guiño a un film-Peterson- en el que lo
inesperado y lo absurdo subrayan el encuentro de lo amoroso. En realidad, en
estos poemas se magnifican los desencuentros de un amor que retrasa el paraíso (pág. 96).
En este espacio
del libro el ejercicio de un buen soneto apunta al estuario de la piel enamorada (pág. 97). Este amor se sigue
planteando como un recuerdo, en pasado, “a
pesar de la piel que adoré” (pág. 99). No faltará, en este contexto de lo yermo,
la fe del poeta como quien se mata a
escribir (pág. 103).
El último poema, donde la sonrisa es una forma de deseo,
culmina el clima erótico apuntado en
otros rincones. Magníficos versos donde el yo lirico explica, quisiera disfrutarte/ no ya desde la sed…/
sino en la misma idea/ del ser necesitando la fluidez / la libación del fruto/
el éxtasis visual/ de los campos de nísperos (otro guiño a la poética romántica
de Li Bai) / teniéndote desnuda y a mis pies” (pág. 104).
El último
capítulo, La sonrisa de los nísperos, tiene tintes de epílogo, donde la
emoción del amor victorioso provocan que
los ángeles habit(e)n la sombra del ser ( pg. 107). Las citas
cabeceras, como la de Kavafis señalan el punto de llegada, las Ítacas esbozadas
en los versos precedentes. El dialogo
con el tú poético subrayará ahora un alto nivel de romanticismo, reinventando a
Li Bai. Los aforismos se encadenan
trazando esa alquimia necesaria en lo amatorio (pág.113), los imposibles (pág.
114), ante lo cual importa brindar con
una sonrisa, la del poeta y con olor a níspero. La hipótesis amatoria se traza
desde el vivir enamorado (pág.111)
aun sabiendo que el amor es ciego superando
la actitud cavernícola del primer hombre (pág. 112). Escribir, en definitiva, es la única terapia,
la salida para superar el desamor, a ver
si de esta forma/ encuentro algún sendero/que me lleve hasta ti (pág. 115).
No hay otra forma de ganar la batalla, de
cerrar la Caja de Pandora, sino es con este manojo de poemas, apunta el yo lirico (pág. 116). Precisamente, la
noche queda en calma a la deriva/la luna se adormece/ los nísperos sonríen// el
amor ha vencido una vez más. Remata, nuestro poeta, con unos versos
sencillos pero profundos en CONCLUSIÓN FINAL,…porque nunca podré/ demostrar este amor/ si
no es en nuestra casa… (pág. 120).
Después de
este relatorio, con pretensión de comentario, en el cual mis sensaciones pueden haber contaminado
el propósito del poeta, recomiendo encarecidamente la lectura de este poemario,…Y
ahora somos tres. Merece la pena. Después, importa el silencio interior
para que el amor se encargue del resto.