El 10 de mayo de este año 2018 Efi Cubero presentó Rehacer el alba. Memorias de un naufragio editado por Vitruvio, en la Residencia Universitaria Hernán Cortés de Badajoz. Era la puesta de largo de la obra en la ciudad del autor. Previamente la propia editorial lo había presentado en Madrid en la biblioteca Eugenio Trías.
Se coloca en este espacio el texto integro de la presentación. Efi Cubero también prologa el libro. El texto de la presentación y el del prologo forman un análisis completo de la obra.
"Quiero
empezar agradeciendo a Faustino Lobato la inmensa satisfacción de hallarme aquí presentando su libro. Un libro que al leerlo no me deslumbró, sino que me
alumbró, y estos son desde luego matices sustanciales puesto que para que una
lectura pueda sacudirte el interior ha de traspasar la barrera de la propia
lengua llegando a un más allá que la trascienda o que le imprima un particular
sentido. Confieso que este libro me ahonda, me llega plenamente a lo más profundo,
y les aseguro que no es tan fácil lograrlo.
Dijo una
vez Rilke de cierto escritor lírico: “Era un poeta y odiaba lo impreciso”
pienso que eso mismo podríamos aplicarlo a Lobato.
Ya que
hablamos de Rilke en algunos de los poemas de este libro también sobrevuelan
ángeles, pero diríamos con Barjau que la “esencia del ángel es consciencia,
elevación o espectáculo de la realidad entera del mundo y de la historia.” Y me
da que sobre éste o parecido contexto, vuelan libres las alas sobre los pecios
del naufragio que Faustino Lobato nos propone.
La
condición filosófica, y filológica, de Faustino ya nos advierte de la exactitud
de su palabra y del conocimiento de la tradición, pero de una tradición bien
entendida, dentro claro está de la corriente absolutamente contemporánea de una
poesía que le permite reencontrar, de alguna nueva forma, lo perdido. Lobato
como experto en lexicografía, sabe bien que para cavar en nuestro propio fondo
tan solo disponemos del lenguaje por lo tanto, este poeta profesor, maneja y
cuida el mismo con solvencia y hondura logrando que éste sea claro y legible, sintetizado
e intemporal. Es decir que aparta la hojarasca, que es desde luego siempre lo
que primero prende. Partiendo de esa base diremos que su poética está
impregnada de una absoluta lucidez, lucidez sí, pero al borde de un filo donde
habita el enigma.
Diluvia a
veces sobre la barca de este poemario pero también brasas ardientes sostienen la
vigencia de estos versos una vez que la llama ha incendiado, o purificado, los
conceptos. Su poesía, lejos de la retórica, cava. Sintetiza. Es esencia. E
incertidumbre.
La
incertidumbre es mirar más adentro sin saber encontrarnos.Sabemos que
la poesía, esa luz inestable, es un extraño puente tendido sobre el tiempo. Atraviesa
fronteras de una manera libre, acaso porque jamás las tuvo.
Puente
sobre el vacío es este poemario y puente sobre el agua, pero también es la
nada y lo que llena el hueco, la
hendidura y el río, el barro y la intemperie y la frontera misma en todo
aquello que está siempre oscilando entre el espejo y el azogue. La poesía ya
sabemos que es un misterio y a la vez es la realidad que borra límites. Y hasta
limitaciones personales. Aquí estamos en auténtica Poesía que abre estelas,
desbroza espacios, hace pensar, sentir, meditar, de forma tan intensa como
perturbadora.
Nos
hallamos ante un libro necesario, un libro importante, un meditado libro que no
deja nada al azar. Yo diría que, para los que no nos conformamos con rutilantes
bazares de baratijas varias o espejuelos cambiantes, nos hallamos ante un poemario
imprescindible. De una gran calidad. De los que sin duda dejan huella. Dotado
de una corriente filosófica, metafísica, más allá de la anécdota o de lo
narrativo, pero muy pegado a lo real que deviene hacia una ética personal, a
veces heterodoxa, como una declaración de principios que lleva implícita la
desobediencia.
Un libro
concentrado y existencialista donde, el que escribe y describe, permanece con
la mente alerta mediante un pensamiento que a menudo descree de las eternas
verdades propagadas, porque quizá sabe o intuye, que la libertad al fin y al
cabo es un concepto que ha de vivirse desde el interior.
Rehacer el alba lleva como subtítulo Memorias de un naufragio. Y serán
esas Memorias: 1ª, 2ª, 3ª y 4ª, llamadas;
La levedad del barro; Si el infierno soluciona la distancia; Movimiento de lo
absurdo y Más allá de las tinieblas, las que sirvan de pórtico a los diferentes
apartados, además de varias citas de excelentes autores que aportan sentido a
los cuatro capítulos que articulan el libro.
El autor, modula
a su antojo lo medular de un discurso que avanza más allá de la subjetividad,
ampliando la consciencia del yo para afianzarse en el nosotros, hasta alcanzar,
o rehacer, esa luz diurna – “sería la del alba”- tan cervantina o sanjuanista,
o ambas cosas a la vez. El vocabulario empleado no es el de la asepsia ni el
del erudito, sino que contiene la realidad desnuda de lo que observa, el barro,
la tierra del sendero, el desierto, la lluvia, el simulacro, la mezquindad, la
soberbia de los que piensan que están en posesión de la verdad, la emoción, el
fracaso, el dolor de la caída, el emerger de nuevo a la inocencia, Eros y
Thanatos, y también la meditación contemplativa que pertenece a ese plano de
luz de lo inefable.
“El ángel
guardián estrena puerta.” – Nos dice en un verso-
Como en la Divina Comedia, el poeta se pone en
camino cuando ha sido expulsado del paraíso, suponemos que al sucumbir a la
tentación de la duda a través del árbol del conocimiento.
No lleva un
guía virgiliano, pero si un interlocutor enigmático que permanece en silencio
mientras el poeta establece un diálogo ininterrumpido con esta forma alta de una
ausencia- presencia.
Todo sigue
viviendo menos la ausencia, digo yo en unos versos, pero esa ausencia vive.
Aquí vive y además puede palparse.
Rehacer el
alba, se abre con un poema, dueño a sí mismo de
su propio secreto:
En la interlocución
que Lobato fragua, al principio, leemos.
“DE PIE, en el umbral del misterio. Un instante
después de abandonarlo todo; un momento, mientras la muerte y la vida se citan
ante un “ Gott ist tot ”. Sí, estar de pie con el latido del “fracaso”
en las manos, soportando la tensión de mi ego y su sombra, para amanecer,
después del naufragio, con la certeza de esta levedad del barro que me
circunda”
El, primero
hegeliano y más tarde nietzscheano, “Gott ist tot”. Ese “Dios ha muerto”, o tal
vez el silencio de Dios, que aún resuena en la existencial búsqueda que a
muchos pensadores y místicos ha desasosegado, y aun desasosiega, nos muestra la
clave por dónde, este libro de interrogaciones sin respuesta, se irá, como el
poeta, abriendo paso. Pero este un libro laico, para nada religioso, que habla al
abismo del propio ser humano. A lo que ignoramos de esa opacidad donde el
interior se debate con arranques de intimidad
irreductible.
¿Por qué me
interesó desde el primer momento y me interesa tanto el engranaje y fondo de
este libro?
Pues por
varias razones que intentaré abocetar. Me interesa fundamentalmente porque
contiene una tensión expresiva que rebosa los cauces y se mueve desde un
pensamiento cognoscitivo hasta ese vocabulario del espíritu que se adentra más
y más en las raíces del corazón, de la memoria, del interior más abisal y más
en sombra, cuidando y uniendo la sonoridad de los versos con una exquisita
precisión semántica y una emoción sincera que traspasa los bordes del acto
mismo de crear. Me interesa porque está atravesado por el dolor pero sin ser en
absoluto compasivo. Porque no nos seduce con imágenes coloristas ni tampoco nos
intenta consolar, porque la herida abierta se defiende por sí misma sin
necesitar de puntos de sutura. Porque puede volar en libertad de la misma forma
en la que se despeña.
Lobato nada
contra corriente en este libro exento, de implacable desnudez y economía
expresiva, que sin embargo hiere desde su confinamiento buscado. Una suerte de
exilio interior que se escuda o protege, pero que al mismo tiempo se nos
muestra tan desnudo como descarnadamente sincero. Esa es la contradictoria
dimensión que muchas veces alcanza – como sucede en este caso- la autenticidad de la poesía. El autor se
despoja de artificios y de anécdotas, acaso como contestación a la moneda de
cambio de cierto tipo de lenguaje, muy empleado en los últimos tiempos, ya que
existen poquísimas cosas que se salven frente a los intereses de nuestra
supuesta civilización.
Rehacer el
Alba representa una interesante e intensa búsqueda, a veces un soliloquio, una
conversación consigo mismo y a la vez un diálogo profundo con un receptor
desconocido.
Me detengo
ahora en un poema, les advierto que no incidiré en ellos, dejo ese cometido primordial
a su autor porque el poeta sabe siempre qué tono emplear en lo que desea
transmitir de su obra, por tanto, es mejor no proyectar sombra, ni pisar un
territorio que solamente al que lo ha creado pertenece.
LOS OJOS hablaron, sin preguntar nada,
al dejarme desnudo en un territorio
sereno. El silencio ocupó
el lugar de la distancia.
Estoy en la
frontera de lo posible.
Me duele la discreción
que abandoné
para no molestar en este teatro
gris sin fantasías.
Nosotros,
los lectores, nos preguntamos:
¿A quién
pertenecen esos OJOS que él se propone proyectarnos en mayúsculas?
¿Qué teatro
gris sin fantasías rechaza al poeta, y a su vez es por él mismo, rechazado?
Y: ¿Qué intenta
decirnos desde esa desnudez primordial como si fuera arrojado de un hipotético
paraíso?
Unos versos
cruciales de este poema enigmático nos zarandean y desvelan y no acaban de
darnos la respuesta:
“El silencio ocupó el lugar de la distancia.”
“Estoy en la frontera de lo posible”.
Yo afirmo
en el prólogo que aquí hay que bracear en el dolor que respiran estos versos,
en su clara potenciación expresiva, bucear en sus aguas y descubrir en el barro
del fondo las distintas verdades de una sed de absoluto. En esta poesía hay un
punto de fuga que libera, aunque sabemos con Lobato que esa supuesta
consistencia ontológica no deja de ser también algo ilusorio.
Depurada
conciencia lingüística de concentración y agilidad en unos versos que
interpelan con contenido y forma. Hay aquí desconfianza, dudas e
incertidumbres, pero también afirmación y luz. Coherentemente, el dolor que
transita en cada página, a la vez que escarba en lo personal, elude las
anécdotas aproximándose a ese punto esencial de lo experimentado en carne y
alma propia o en la íntima conciencia vulnerable. Un libro tenso e intenso en
forcejeos, encuentros y desencuentros, diálogos entre el vacío y la
autenticidad que la palabra contiene más allá de ella misma, como todo lenguaje
que supera los muros fronterizos y es digno de ser llamado Poesía. Condensado. Conceptual. No es muy
dado este creador a lo fácil de las imágenes condescendientes. Busca más bien
el núcleo sustancial, en planos transversales, como los de ese espejo de la
muerte que -según Octavio Paz- refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Y
prefiere llegar hasta lo abisal de la conciencia antes que quedarse en la mera
envoltura de lo epidérmico. Para el lector atento, en este libro pueden
encontrarse los temas más profundos que desvelan al hombre desde antiguo, temas
agustinianos, o de San Juan de la Cruz, interiores espacios que se debaten
entre lo “visible” y la invisibilidad, la madurez, la infancia, el concepto del
tiempo, vida y muerte, amor, camino y soledad.
Fronterizo,
y al mismo tiempo más allá de toda frontera, Faustino Lobato intenta hacernos
mirar hacia su propio centro.
Al mismo tiempo, en un desdoblamiento de
planos, el interlocutor al que él se dirige, es un misterio en sí que no
debemos, ni pretendemos resolver.
“Tengo que pagar este pacto de la vida sin romper el hálito que me une a ti.”… Exclama.
Pienso que su
poesía, más que un “acto de fe”, es un profundo acto de duda que me remite a
veces a los personajes de Bertolt Brecht que inútilmente esperaban a Godot.
Esta poesía
está dotada de una sensibilidad social que enmarca una perspectiva universalista, sin
desdeñar la magia de la percepción lírica que nos une para siempre a la
extrañeza de la infancia y también a la estatura del hombre que avanza en el
presente y se reafirma en su dolor existencial.
Una cuestión de óptica personal, contestación
o apuesta frente a la complejidad de unos tiempos en los que parece que el
número de poetas supera al de los lectores de poesía y a menudo deviene en
audiovisualidad escenográfica o poesía elípticamente novelada en ciertos poemas
de actualidad.
En un mundo
como el de ahora mismo, tan desolador y pragmático, necesitamos esta clase de
poesía, con destellos de fulgores ciertos, que nos hace, sin duda, sentir,
emocionarnos, reflexionar.
En la primera parte, o memoria, en la llamada Levedad del barro, se halla
implícita la pérdida de la inocencia, la pérdida de la fe, el silencio. Lo que
absorbe el sentido de esta primera parte es la ausencia… El reverso de Saulo a
las puertas de Damasco, hay caída pero no iluminación porque de repente el
hombre ha perdido esa luz, la creencia en esa luz, y se ha extraviado y ha
vuelto a la materia sin la luz augural que lo guiaba. La luz “Uno por
uno, los límites del paraíso”. La ausencia es un vacío que nadie ni nada
podrá nunca llenar. Es la fuga de ese lugar de confort de un hipotético Edén.
En la intemperie u opacidad de los desiertos, el poeta necesita la claridad
porque en un tiempo de lamentaciones:
“Con poca claridad no sé dónde colocar la mirada. Mi corazón late al ritmo de una música que no
quiero tocar y que, sin fuerza, interpreto”
“Ahora, me detengo ante otra forma de la vida con
nombre y rostro propios”
El deseo
limitado, la levedad de todo, la soledad,
“Las
divinas ausencias”
“¡Hay tanta ausencia!” exclama…
Y ese
enigmático:
“No hay dentro ni fuera”.
El creador
en realidad no sabe
“Cómo parar esta inercia sin sentido”
Porque
“Inventar
la realidad no cambia
el estado
de sitio”
Sí, el poeta se halla permanentemente en estado de sitio porque no ignora que decir la verdad tiene su
precio. “Cuesta entender la vida más allá
de aquella otra donde lo sagrado enmascaraba mentiras.”
A medida
que el libro avanza hay más balizas, señales de orientación frente a la
oscuridad que se vislumbra en las líneas de sombra de algunos de estos versos.
Una exasperación latente en esta disidencia que acciona ciertos guiños por
donde podemos comprender o transitar mejor por entre páramos de búsqueda y
deseo. También desde esa discrepancia se producen sacudidas de intensidad de
una emoción poética objetiva.
Un
sentimiento de culpa sacude los matices de esta segunda parte, la materia enfrentada
al espíritu sin hallar equilibrio ni sosiego “¿Por qué vivir pendiente de mi noche?” se pregunta el poeta con una
sinceridad conmovedora y, más abajo:
“Hay tanto dolor que ya no duele”.
El agua, al
principio, anega y entristece. La lluvia cae sobre los cuerpos como si no
lavara nada. Como si fueran lágrimas que se despeñan desde la memoria, sólo el griterío de los niños inunda de color
el infortunio.
Llueve.
Más tarde,
la lluvia es la catarsis que limpia los rincones más oscuros del alma. Las
ideas son aves libres que sobrevuelan el fondo de los fondos. Todo volverá a
fecundarse y renacer, pero, de momento:
“El otoño es presencia y todo es levedad”.
Sartre
afirmaba que estábamos “condenados a ser libres, extranjeros en un mundo sin
sentido”. Lobato se siente libre pero paradójicamente también preso de un mismo
desarraigo, de un íntimo exilio mientras
nos habla de mantener la calma ante “el
sentimiento atroz de ser extranjero de uno mismo”.
En la
memoria tercera y cuarta persiste la tensión entre la calma y el desasosiego.
Es un paréntesis continuado donde el poeta se debate. Un sentimiento de derrota
o de fracaso entre las líneas de la oscuridad, o frente a lo hegeliano – cito a
Hegel- de “matarse entre los dos
sentidos del poder, del mundo y de la fe.”
La tensión
vertebra esta poesía, se articula en los versos con sus preguntas
desenmascarando el orden establecido. Se desdobla y adentra en la complejidad
de múltiples facetas. En la cosmología
lobatiana, aunque la naturaleza se halle también presente, apunta más al
centro de cada ser humano. Parte de una conciencia de irreductible soledad.
Silencio, hay silencio entre líneas, un abisal silencio. Nos gana este silencio
metafórico tan arraigado en la Naturaleza y en la naturaleza de las cosas, del
hombre mismo, del poeta inmerso en esa apuesta personal donde encuentra sus
límites, salta sus propios muros y es a un tiempo materia y espíritu, caos y
orden, verdad e impostura.
Lo vivo
mínimo, la belleza en la aparente sencillez, esa esencial estética donde el
autor extrae su propia e inimitable ética.
Y escarbar
las raíces del fondo de la tierra manchándose del barro, desde ese palimpsesto profundo
que abona el pensamiento, como soporte de su propias obra donde vibra y alienta
con el alma del mundo, en esa metafísica de lo inmanente, cuando la realidad, e
irrealidad de lo que observa, cruza por las manos del tiempo sin más
explicación que el interior que dicta su secreto de vida, desvelándolo.
“Es posible la luz aunque haya oscuridad y tenga
que volver a redimir el canto de los dedos mientras deshago el silencio que me
separa de ti.”
La claridad,
pese a todo, poco a poco se impone y ya no hay retroceso. La oscuridad se va
dejando atrás porque una vida en plenitud llena todo resquicio y el amor ha
vencido. El amor, y una risa de niño que es semilla fecunda de futuro permiten
que el poeta recupere las ganas de soñar, de vivir, de crear, después del
diluvio. Desde la frescura y el amor se
avanza paso a paso hasta emerger. Hasta que ese naufragio sea tan solo memoria,
sólo imágenes… Y sea ya tiempo, sí, y posible, de un nuevo y renovado Rehacer el alba.
EFI CUBERO
(10 de mayo, 2018)