Bajo al cuarto de los trastos viejos.
He abierto la
puerta del trastero.
Encuentro el olor del
abandono,
fragmentos del
recuerdo
embalados en
cajas de cartón...
Cuánta
indiferencia guardan estos muros.
Cuánto
agridulce de tardes nubladas,
junto a los
agobios de otras primaveras,
mezclados, sin
misericordia,
con la prisa de
las mañanas.
He
cerrado la puerta hasta sepultar el pasado
en la húmeda
oscuridad del
cuarto
de los trastos
viejos.
En el último instante quise atrapar
el sonido de la
quimera. Pegué el oído
a la puerta.
Sólo escuché
el
latido
del corazón
sobre la plancha metálica
y el suave
rumor de la bomba del agua.
REFLEXIÓN a propósito del poema
LAS ANTÍPODAS. NOTA
2
Bajar
al trastero es
directamente proporcional al lugar donde habito. Las antípodas son el paralelo
perfecto para recordar la redondez del equilibrio. Es como bajar a los lugares estrechos de la memoria en un acto de
modestia que las ansias de vivir no siempre te permiten. Cuánto tiempo se tarda
en reconocer que el cuerpo se hace nada en el descenso. Se deshace. Porque bajar supone abrir la puerta que no se
quiere y la carne te reclama y el espíritu se rebela. Cuánto abandono se puede
descubrir en ese punto interior, oscuro con el que no quiero toparme. No hay
misericordia en estos encuentros. No es fácil abrir la puerta de este trastero
que almacena la sombra de lo que soy. Qué rápido late el corazón cuando te
acercas al punto cero. Porque la agonía de saberte es la angustia de morirte en
cada espacio afirmado.
Y al bajar se
abre la puerta con miedo, como esa que tenía aquel preso que olvidó el color del
cielo. Cuántos trasteros esperando abrirse, cuántos por cerrar. Los
sonidos se acumulan en una extraña sinfonía. Sonidos del tiempo, de todas las
tardes que tienen nombre y se esconden y se confunde con el motor del agua, o
con los perros callejeros. Bajar no
es una aventura es el movimiento de los graves que buscan su centro, el punto
negro, que después se olvida. Porque las tardes tienen ese sentido pasajero que
terminan por dejar tu perfume prendido en el revés de las manos.
Bajar a este o a cualquier trastero con
la lentitud líquida de los minutos que permita el cálculo exacto de las
distancias que median entre los ojos y los dedos, entre la palabra y la cara
oculta de la luna.