Mientras escribía unos versos sobre el tiempo, Rodrigo se acercó. Subido a mis
rodillas, me dijo con voz de secretos. Sabes, papá en el patio del recreo he
conseguido coger una mariquita. Ante mi cara de extrañeza, él me describió qué era una mariquita. Como vio que sabíamos
de qué estábamos hablando me siguió diciendo que el bicho lo había mantenido
mucho tiempo en su dedo. Cuando le pregunté cuánto, me espetó, con cara de “un
más o menos”, que mil minutos. Una cantidad grande, respondí. Como si con él no
fuera, siguió su discurso rematando que la mariquita se había ido por un agujero
en la pared. Con pena me hizo entender que, por mucho que miró y escaló la
pared, no pudo ver por donde había desaparecido. Así es hijo,
cuando quieres apropiarte de algo la vida te muestra que no todo es tuyo. La
mariquita se fue a su mundo, a su espacio, le dije. Me miró, no muy convencido,
y siguió jugando.