En algunos lugares colocaron vallas y en cada esquina normas para distraer la atención de lo distinto. Se hizo habitual vivir en un espacio acotado. Y los versos se acomodaron a las reglas, a la fría medida, a la estrechez de los dictados hasta agotar el alma de la palabra. Pero el poema rompió estúpidas ataduras llenando los lugares de música con el vértigo creador de los poetas malditos; dando ritmo a la realidad con la borracha emoción de la anarquía bukowskiana. Los espacios volvieron a ser humanos, no vulgares. Y lo distinto surgió desde la sencillez del silencio. Cada lugar se fue transformando en un encuentro generoso, difícil de imitar.
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