Tiemblan los que comprenden
que hay un desván en las
felicidades.
Una puerta en la casa del
ahorcado.
Luis García Montero
No sé si lo mejor es temblar
o que el miedo termine por hacer de las suyas en este ir y venir de la mañana
del primer día del año dos mil trece. Y si el miedo termina por anidar
en nuestras casas al final no habrá manera de llegar a comprender nada. Porque con temor uno
termina casi inmovilizado, “arrugado”. Y así, comprender, lo que se dice comprender, no se comprende nada, porque este hecho no es
el fuerte de los que se arrugan, y menos en este primer día del año, en este escalón de lo porvenir, en este
inicio del vacío que prologa los días con cifras herméticas, sin alma y con
penas fiscales para quien es solidario. Por esto, no tiemblo, ni quiero tener miedo,
simplemente guardo silencio mientras la pesadez de este día se abate sobre los
edificios tiñéndolos de gris.
Un día como este parece un paréntesis, la antesala de un parto de algo que no acaba por definirse. ¿Qué esperar cuando soterradas dictaduras cercenan lo justo? ¿Qué decir ante tanta incoherencia política? ¿ cómo decir “feliz año ” obviando lo que sucede o dejando de intuir lo peor? Si las felicidades vienen será de otra forma a la acostumbrada, sin previo aviso; sin hacer ruido, así como un chirimiri de verano; con una estrategia particular que no admite discusiones. ¿Quién buscará respuesta a la tormenta del vecino? ¿Quién medirá la altura del dolor anónimo?
Comienza este año con sonido de violines en la boca, con el cansancio de un trasnoche de miradas, con la acidez del sin-cuidado de no querer pensar. Sí, la puerta del año se abrió a trescientos sesenta y cinco días después de asistir a la ejecución de la esperanza. En este comienzo del año quedan pocas palabras con sentido de ánimo. Todo se vuelve a repetir en un círculo cansino que aburre. No, no quiero dejar que este primer día del año trece, contagie el resto, incluyendo las manías inconfesables
Aunque todavía me restan unos gramos de lucidez para poner sobre la mesa la seguridad del razonar, que me defiende del absurdo, no puedo dejar de preguntarme si hay motivos para seguir confiando. Y lo paradójico es que quiero responder afirmativamente, aunque la radio me siga anunciando nuevos recortes y denunciando las mentiras de políticos que gestionan la sin razón y la presunta xenofobia de leyes chapuceras que castigan a quienes ayudan a los sin-papeles. Con sentido roussoniano me resisto a negar la cordura, propia de la bondad humana, porque existe. Por eso quiero decir sí evitando los argumentos escépticos que se revuelven en mi interior a la vista de la realidad social. Quiero decir sí y dejar sin argumentos a quienes viven en el lado opuesto de esta geografía singular de la vida. Por todo esto, lo mejor no es temblar sino mantener el sentido común y vivir cada momento presente. Carpe diem, siempre, carpe diem a pesar de todo y de algunos.
Un día como este parece un paréntesis, la antesala de un parto de algo que no acaba por definirse. ¿Qué esperar cuando soterradas dictaduras cercenan lo justo? ¿Qué decir ante tanta incoherencia política? ¿ cómo decir “feliz año ” obviando lo que sucede o dejando de intuir lo peor? Si las felicidades vienen será de otra forma a la acostumbrada, sin previo aviso; sin hacer ruido, así como un chirimiri de verano; con una estrategia particular que no admite discusiones. ¿Quién buscará respuesta a la tormenta del vecino? ¿Quién medirá la altura del dolor anónimo?
Comienza este año con sonido de violines en la boca, con el cansancio de un trasnoche de miradas, con la acidez del sin-cuidado de no querer pensar. Sí, la puerta del año se abrió a trescientos sesenta y cinco días después de asistir a la ejecución de la esperanza. En este comienzo del año quedan pocas palabras con sentido de ánimo. Todo se vuelve a repetir en un círculo cansino que aburre. No, no quiero dejar que este primer día del año trece, contagie el resto, incluyendo las manías inconfesables
Aunque todavía me restan unos gramos de lucidez para poner sobre la mesa la seguridad del razonar, que me defiende del absurdo, no puedo dejar de preguntarme si hay motivos para seguir confiando. Y lo paradójico es que quiero responder afirmativamente, aunque la radio me siga anunciando nuevos recortes y denunciando las mentiras de políticos que gestionan la sin razón y la presunta xenofobia de leyes chapuceras que castigan a quienes ayudan a los sin-papeles. Con sentido roussoniano me resisto a negar la cordura, propia de la bondad humana, porque existe. Por eso quiero decir sí evitando los argumentos escépticos que se revuelven en mi interior a la vista de la realidad social. Quiero decir sí y dejar sin argumentos a quienes viven en el lado opuesto de esta geografía singular de la vida. Por todo esto, lo mejor no es temblar sino mantener el sentido común y vivir cada momento presente. Carpe diem, siempre, carpe diem a pesar de todo y de algunos.
5 comentarios:
"lo mejor no es temblar sino mantener la cordura y vivir cada momento presente.a pesar de todo."
Esta idea que expones es la que sigo a rajatabla amigo Tino...y además cada día que pasa voy soltando lastre de mi mochila para aligerar la mente de adherencias inservibles.
Un abrazo y que se cumplan vuestros sueños.
Gracias Carlos. Ahí vamos. Un abrazote. Tino
Celebro esta reflexión, Tino. El timón de la cordura es el mejor asidero. Yo personalmente tengo mi quehacer, ese cauteloso ejercicio de no dejarme llevar por la sutileza de algunos medios a nuestro alcance. Vivo y vivimos la convulsión, la rapidez de lo que se nos presenta mediante imágenes, mensajes que aparecen o desaparecen a golpe de nuestro teclado, unas veces nosotros responsables y otras ellos. Si somos inestables en carne y hueso en lo cotidiano aquí lo es más todavía, añadiendo el factor de lo configurable; Del cartel subido oportunamente o no a la red y cómo puede afectar al conjunto.
Dejo aquí mi pequeña aportación, Tino. Que la primera vez que oí la palabra corresponsabilidad me vino grande en aquel momento y es en éste espacio sostenido con pinzas, donde más hemos de aplicarlo.
Un abrazo grande
Celebro esta reflexión, Tino. El timón de la cordura es el mejor asidero. Yo personalmente tengo mi quehacer, ese cauteloso ejercicio de no dejarme llevar por la sutileza de algunos medios a nuestro alcance. Vivo y vivimos la convulsión, la rapidez de lo que se nos presenta mediante imágenes, mensajes que aparecen o desaparecen a golpe de nuestro teclado, unas veces nosotros responsables y otras ellos. Si somos inestables en carne y hueso en lo cotidiano aquí lo es más todavía, añadiendo el factor de lo configurable; Del cartel subido oportunamente o no a la red y cómo puede afectar al conjunto.
Dejo aquí mi pequeña aportación, Tino. Que la primera vez que oí la palabra corresponsabilidad me vino grande en aquel momento y es en éste espacio sostenido con pinzas, donde más hemos de aplicarlo.
Un abrazo grande
Gracias Miguel, tu aporte es siempre bienvenido y éste es el mejor. Un abrazote amigo.
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