Nadie se acuerda cuando fue la primera vez que nos enfrentamos al malestar de la fiebre. Tampoco, nadie nos lo ha contado. Por eso, ahora, después de haber advertido el estado febril en Rodrigo quiero hacerlo constar. Sobre todo quiero anotar la impotencia que se siente cuando, al final de un día cualquiera, víspera de su cuarto mes, a Rodrigo le sube la temperatura. Tremendo este enfrentar la crecida de anticuerpos alertando la mirada de quienes vigilamos. De entrada, se quiebra la emoción; después, la ignorancia ante lo desconocido llena de estupor a quienes decimos saber mucho. Qué triste es ver sufrir a los ajenos pero más cuando se trata de los propios. Y así , entre sueño y llanto el rostro de Rodrigo se tiñó de rosa y anaranjado.Eran las 21,30, a punto de cerrar la atención de urgencias del Centro de salud de nuestro barrio. La prisa y el desconcierto tomaron posiciones y, como si nos hubieran dado cuerda, salimos a escape. En esos momentos, sientes que el mundo se rompe mientras el malestar galopa a lomos de un virus. Y así, mientras los diminutos pulmones de Rodrigo repicaban como una olla de coles al unísono del corazón, la Apiretal tomó carta de ciudadanía en la república de nuestras vidas.
De El efecto Rodrigo.
1 comentario:
Santa Apiretal....
muy cercanos tus textos de "El Efecto Rodrigo" como no puede ser de otra forma...
un abrazo
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