Era de noche cuando dejó el chupe al raso de la terraza, de noche y sin luna.
Quiso que el quitamiedos, al que se agarraba mientras dormía,
desapareciera de su vida. Ya eres mayor, le repetíamos mientras,
con indecisión, colocaba el chupete en un recipiente de la mesa del balcón.
Estaba medio convencido que el chupete tenía que volver con sus papás-chupetes en
la luna; un cuento mágico que estaba haciendo su impacto en el centro de sus
emociones. Y se fue a dormir mirando para atrás, por si acaso no sucedía el
viaje lunar. Vino después la mañana, y comprobó que no estaba, en la terraza, ese
tesoro preciado que había dejado con
cierto dolor. Sin lugar a dudas, era su primer arranque de generosidad, su
puesta de largo en esto de vivir cediendo para crecer. Al mediodía le llegó un
mensaje, sobre una cartulina naranja y una estrella-lazo de color rojo: Gracias
Rodrigo- decía- por devolvernos a nuestro peque. Mientras
le leíamos la misiva nos miró sin preguntar por ese resto de bebé que tanto apreció. Ya
era mayor y así lo hizo saber a media humanidad.
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