En medio de este mes
de agosto, a punto de cumplir tus tres años, te veo crecer.
Creces, hasta en tu forma de decir. Escuchas y repites lo
que entiendes, como si el mundo se resumiera en esas palabras.
Creces, sí y
aunque no sabes de lo ancho o lo profundo, sí de lo que quieres hacer solo; sin
ayuda de nadie. La independencia, tu medio de expresión, rompe con cualquier
paternalismo estúpido que nos exige.
Creces,
con esa normalidad de los niños de tu edad. Te levantas exigiendo el
abrazo, te acuestas arropado en él. Al enfado le sigue la risa y a la risa la
broma. No sabes manejar los imperativos mezclados con un –“por favor”- interesado.
No tienes penas, aunque llores pretendiendo conseguir el capricho del momento que nos hace preguntarnos por los nuestros.
Creces y apuntas maneras de mando. Difícil
conseguir tu favor si la orden se te impone; saltas con la tozudez de un animal, hasta quebrar las
normas establecidas. Llegarás a comprender que mandar se manda obedeciendo a lo
mejor para los otros. No te falta corazón para aprender esta medida solidaria
de saber estar con todos.
Creces y
nos haces crecer a la par. Eres un espejo donde mirarnos y descubrir errores y
aciertos, multiplicados en tu forma de actuar que nos hace
seguir, aprendiendo desde cero.
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