Juan Mantero
da a luz su libro Gandul, Ganso y Gañan por obra y arte de DK ediciones de rarezas. Impecablemente diseñado por Daniel Albors
y revisado y coordinado por Juan Andrés Pastor. Un libro con un continente
significativo y con un contenido donde la ironía y la pasión se mezclan. Compuesto por 30 poemas, algunos de ellos magníficos
sonetos, dos prosas (A y Z), un cuaderno de arte de Judal Marín y un epílogo de Eduardo
González Palacín.
Se abre esta
obra con una exégesis de la letra G,
escrita por Javier Olivar de Julián.
En este relatorio, a modo de prólogo,
se ensalza la obra de Mantero subrayando la profundidad de los versos “idéntica a la profundidad de nosotros mismos”.
El inicio y el
final del poemario son dos prosas, (A y Z), dos puertas abiertas,
donde Juan Mantero nos deja trazos de un pensamiento existencial que rompe con
cualquier metafísica al uso. El primero de los escritos anota la soledad, Soledades
(A), como esa particular compañera de viaje. Mantero hace un recorrido
por las diferentes soledades avisando aquí, entre líneas, de lo que nos espera
dentro con sus poemas (a modo de letras de canciones). De todas las soledades
la que sobresale es la Soledad acompañada, esa –como él
dice-que
lancera el alma. Luego volverá sobre el tema en el ecuador de la obra
con Soledad
bajo cero (pg.38), un poema para leer despacio, para meditar sus
estrofas cargadas de ironía que rechazan el patetismo, de humor del bueno ante
la tragicomedia de la propia vida. La
última prosa (Z), Orgullosos (pg.58), con la que cierra el libro es un diálogo
intimo con su moleskin, una realidad que a “lo Platón” representa la conciencia. Habla de él como de un amigo
que le guarda sus secretos, los fracasos,
neuras, frustraciones. Un moleskin sin
terminar al que susurra, como un
enamorado.
El primer
poema, Yo, inicia este recorrido donde parece que el yo lírico se funde
con el propio poeta. Aquí pone la nota característica y paradójica del venir
apresurado y llegar tarde. En los versos de este poema se describe el carácter
de un hombre peculiar que se conforma con su manera de ser en el hecho de “tan solo pensarte”. La ironía, que será
una constante en la obra, aparece en el siguiente poema, Pecador, donde
(parafraseando el milagro de Caná) juega con el agua y el vino. Versos éstos cargados
de humor satírico que rompe con las mentes más anodinas hasta terminar, de
forma aforística, con un “No se sacia la
sed en el infierno, / has venido al sitio equivocado” (pg. 15).
El yo literario
que Mantero traza es un personaje canalla, un ganso remolón y lisonjero, (pg. 16/17)).
Un convidado
de piedra (pg. 19) que rompe la armonía de la fiesta pero que,
mirándose, no pierde su autoestima. Aquí, poeta y poesía se fusionan y es Juan
quien dice de sí en boca del personaje que “sabe
bien lo que vale y hasta puja/ a la baja contra don Pedro Botero” (el Pere
Porter catalá), el canalla inocente del cuento. Y es de esta forma, como nuestro poeta lanza
un alegato, con un Me apetece (pg. 20),
sobre su ser mismo renaciendo para que nadie vuelva a recriminarle, para
que no le duela nada…para reírse de su sombra, para responder tarde porque –dice-
“yo ya sé dónde se encuentra el infinito/
entre mi corazón y mi cabeza” (pg.21). Magníficos versos finales, con sesgo
de lirismo, que cierran el deseo de
alguien que vive con el impulso de ser diferente. En realidad, es diferente este
“personaje-Mantero” al que quieren
espabilar sin que él se deje porque “de
gañan voy cómodo. /Y decido no esparciros mis miserias…” (pg. 23). Un don Juan
de Ginebras diferentes que, haciendo un guiño a Miguel Hernández, dice que “no quiere ser llorando el hortelano /ni
bufón de la corte ni arenero” (pág. 25).
Y entre ironías
y sarcasmo llegamos al centro de la obra con tres poemas que le dan título a la
misma: Ganso (pg. 28), Gandul (pg. 29), Gañán
(pg. 30). Tres poemas que revelan la identidad de esa voz poética que nos
va llevando por los vericuetos canallas de alguien de corazón grande, molesto y
fuera del sistema. Alguien que dice tener miedo, pero miedo de la traición. Se puede ser más noble y directo, “más legionario, ( y ) novio de la muerte”
(pg. 35). Y en este descifrar identidades, nuestro autor juega con el tópico
del “Cero
a la izquierda” para apuntar, con versos profundos y significativos,
que siendo así, “nos defendemos, como
mudos, / inválidos en medio de la fiesta/ de binarios, enteros, decimales.”
(pg. 34). Este sujeto lírico que en otros versos llega a revelar ese dolor-doliente que exige, imperativo,
que un tú le desgarre el alma “si la
encuentra” (pg. 41).
Los versos
centrales revelan un fino cinismo,
auténtico kinikós griego, propio del asistemático Diógenes. Sin embargo, estos no expresan
tanto las características del personaje, creado en este libro, como el poema A
veces. Aquí, el yo poético dice
desplomarse para ver “solo mis cicatrices
íntimas”. Y en él, con una lluvia de versos rimados, sigue describiendo a
ese personaje molesto “cada vez que abre
la boca” (pg. 42).
Termina el
libro con un poema, Harto, (pg. 57) donde ese
carácter antisistema y bohemio, crítico y social de Mantero se completa. Así dice, “estoy harto/ de tanto sinsentido,/de miles
de ojalás,/ de manifiestos…/Estoy harto de civismo incívico,/… del cuñadismo…/¡Estoy harto de tanto
postureo/ y tanto fariseo!”.
Juan Mantero
se define, en su obra, como “un simple poeta de lo oscuro”, “un juntaletras”. Este aserto que él se da
a sí mismo lo argumenta con algún verso diciendo que Violante no le encargó (encargaría) ni un soneto. De haber conocido a Juan, posiblemente
doña Violante le hubiera encargado uno y más sonetos y nuestro poeta no la
hubiera defraudado, como sí lo hizo Lope de Vega. Hay que decir, y creo no
equivocarme, que los sonetos de Mantero son un disfrute. De cómo un mensaje
canalla puede verterse en el esquema de una composición renacentista del siglo
XV y que no todos los poetas son capaces de hacer. Cito un buen soneto,
divertido, a lo Lope de Vega, este de Tú llama (pág. 51) donde el yo
lirico dice escribir eyaculando desde dentro. Este poema es un ejercicio
metapoético porque habla del hecho mismo de escribir versos de arte mayor,
endecasílabos y rima consonante. Que ya lo dice el poeta “no
rimo en asonante pues no encuentro/terminación para tantos matices/ o acabas el
soneto o te desdices/buscaré en los tercetos epicentro.” Otros sonetos
a tener en cuenta son Morirse en agosto (pág. 55),
Escarceo (pg. 16), Incapaz (pg. 17) Infierno cotidiano (pág. 31), Legionario
(pág. 35).
La obra de Mantero
hay que releerla, no basta una sola lectura. Importa descubrir en ella, como anota Juan Andrés
Pastor, el editor, matices que están ahí
y que no deben obviarse como son “el
temblor de la ausencia, el batir de alas de una música que, en Juan, parece sorda
y no se baila si no fuera por el atabal de un corazón que tiene el ritmo de la
duda.”
Para saber más
de la forma de escribir de nuestro autor merece la pena mirar:
Resta solo agradecer
a Juan Mantero, la genialidad y generosidad de su obra y a la editorial DK la
magnífica estética con la que la viste y envuelve. Un regalo para los amantes
de la buena (rara) poesía.
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