Eran las siete de la tarde
cuando dejó de llover
y encendieron las fuentes.
Un gesto simple que emocionó la mirada.
Cuánta bondad en el centro de las miserias
arrastradas
por el naufragio del día.
Era ese momento de brisa
y olor a tierra
que recordaba tiempos pasados.
No teníamos malicia para mirar las cosas,
sólo había juego y risas.
Cuánta ingenuidad nos hacía crecer
mirando el límite del cielo.
Era el instante oportuno
donde el alma no buscaba
porque ya te había encontrado
en el revoltijo de la memoria.
Un ángel revendía dioses falsos.
Cuánta certeza al no olvidar
las debilidades de la carne.
Eran las siete de la tarde
el instante de la luz envolviendo
de último color los parterres.
Todo parecía entrar en la quietud
del perdido Paraíso.
Cuánta generosidad
alertando cambios ante la muerte.
cuando dejó de llover
y encendieron las fuentes.
Un gesto simple que emocionó la mirada.
Cuánta bondad en el centro de las miserias
arrastradas
por el naufragio del día.
Era ese momento de brisa
y olor a tierra
que recordaba tiempos pasados.
No teníamos malicia para mirar las cosas,
sólo había juego y risas.
Cuánta ingenuidad nos hacía crecer
mirando el límite del cielo.
Era el instante oportuno
donde el alma no buscaba
porque ya te había encontrado
en el revoltijo de la memoria.
Un ángel revendía dioses falsos.
Cuánta certeza al no olvidar
las debilidades de la carne.
Eran las siete de la tarde
el instante de la luz envolviendo
de último color los parterres.
Todo parecía entrar en la quietud
del perdido Paraíso.
Cuánta generosidad
alertando cambios ante la muerte.
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