domingo, 7 de agosto de 2011

Cuando la piedra es herida por la luz



Abre el cielo con sus torres liberando la luz de su piedra. Su puerta remata el abrazo de la piedad en un sinfín de versos y pilastras acogiendo a turistas despistados. Casa de oración transida de silencios. Catedral de las Américas que alargó su vestido hasta el Nuevo Mundo. Discursos arquitectónicos juegan por sus pasillos. Punto medio del orbe dieciochesco. Qué soñar cuando la piedra es herida por la claridad, qué decir cuando el culto se hace verso de líneas barrocas y el ritmo del Rococó, de arquitecturas miles, juegan con el ritmo firme del neoclasicismo. Cuántas lágrimas de comerciantes se vertieron en sus mármoles, cuántas miradas se volvieron jaspes, sentimiento de colores que alternan con la infinita luz de sus ventanas y las notas perfectas de capitales corintios. En su centro, corazón de mármol rosado y oros, el baldaquino apunta la geometría de las cúpulas. Se respira la armonía de la palabra en el eco de sus muros, verbos de piedad en la memoria de sus abalaustrados púlpitos. Ante la solemnidad de este pulmón devoto, en medio de la ciudad, todas las expresiones se reducen a pobres palabras que queriendo explicar algo no dicen nada. La contemplación y el silencio se imponen por encima de toda alarde de generosa explicación. Caja preciosa de la religión que guarda tesoros de humanidad más allá de las fronteras.

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