Últimamente me emociona ver a
Rodrigo mantener conmigo, mientras lo visto o juego con él, un a modo de
conversación que es más bien un balbuceo de sonidos inconexos y guturales que pretenden
decir algo. El lenguaje es extraño y creo que tienen coherencia en ese imitar las palabras que le dirigimos los
adultos. Es increíble la rapidez con la que aprende. Y al “parlotear” hay que
unir también el andar e incluso correr. Toda una experiencia para él. Rodrigo,
creo que con todo esto tiene una sensación de independencia que le hace sentirse mejor. Cuando corre entre los
muebles detrás de los gatos es feliz, o cuando anda a coger las pelotas-sonajeros
debajo de los muebles. Este hacer de Rodrigo es para mí toda una metáfora vital
de la que aprendo o ante la que no puedo evitar el reflexionar porque también, y
todavía, siento que en mi vida me manejo en una especie de balbuceo ante las
cosas que, aunque las nombre, nunca las aprecio en su medida. Es cierto que
esto responde a esa búsqueda de lo mejor
a la que muchas veces me lanzo. La presencia de Rodrigo me ata a la realidad, su
estar vivo no me permite más que estar yo vivo también.
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