Cuando cierre los ojos a la luz,
mi boca no le sonría a las
palabras
y mis manos no sientan el calor
de las cosas; cuando mi carne
sea el gesto del pasado y la nada
se adueñe de mí, no lloréis
sentid alegría por lo que viví.
Cuando haya servido de alimento
a las llamas no os vistáis de luto
ni con trajes elegantes. Repartid
mis cenizas con la ropa de diario.
Y cuando derraméis esas partículas
de mi vacío, el color gris de la
energía,
hacedlo en aquel lugar donde el
río
casa sus aguas con el barro.
Cuando salude el atardecer de los
sueños.
no leáis ningún recordatorio,
porque
estaré en ese punto de la vida
fundido con el abecedario de las
horas
Y cuando la muerte haya tomado
hasta la última nota de mis entrañas
dejad que la naturaleza me
devuelva
las vocales que visten los versos.
Cuando el verbo me de forma y siga
en la memoria de los que me aman,
mantened silencio para que la
muerte
me devuelva al lugar de partida.
Y cuando, los que me quieren, lean
estas palabras me colocarán
en la intimidad que cada uno
reservó para mí y viviré de
nuevo.
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