.
El poeta Faustino Lobato vuelve a la palestra de la
actualidad literaria con una nueva entrega, El
nombre secreto del agua, que nos ha sorprendido muy gratamente. En ella
Faustino Lobato (al amparo del famoso aserto de Heráclito, que reza Todo fluye, todo cambia, nada permanece)
recrea el tema del tiempo, seguramente el tema poético por excelencia, el que
con más emoción sacude la sensibilidad del lector. Un tema que como tal ha sido
tratado en todas las épocas, de acuerdo con el temperamento de cada una de
ellas, y con la conciencia de cada escritor.
Y así, como es de esperar en un escritor con voz propia,
Faustino Lobato lo aborda desde su peculiar estilo: a partir de la cita del
sabio griego, se sumerge en los entresijos de su mensaje, valiéndose para ello
de una imagen tan significativa, tan rica en connotaciones, como es la imagen
del agua, de la que nos cuenta su historia (página 55): La gravedad de mis
manos recorre la geografía del agua (p. 47)
La escenografía del agua recorre, pues, el poemario, contando
sensaciones, y otorgando unidad y coherencia a las tres partes en que este se divide,
en mutua correspondencia con los tres sintagmas que se yuxtaponen en la referida
cita. Una estructura, por tanto, muy marcada, que pone en evidencia una firme
voluntad de establecer un orden, sobre el que va a descansar todo el mecanismo
de progresión, desde el principio hasta el final. Y en este recorrido el poeta
logra desarrollar, de forma muy personal, una imagen que pertenece a la gran
tradición literaria. Y ahí, precisamente, radica buena parte del acierto del
libro.
En la primera parte de este, Todo fluye, la concepción del agua responde
a la manriqueña corriente de agua que toma cuerpo de río, corriente de las
horas (página 18), y origen de la vida (donde primero fue el agua, página 21).
Más no quedará ahí este ejercicio de recreación simbólica. Y
de lo establecido, el poeta, en la segunda parte (Todo cambia) va a derivar hacia
otra mirada que hará del agua su propia morada, eso sí, una morada que transita
(página 33), ya no por el cauce de un río, sino entre las dos orillas del
camino que marca el tiempo (página 41), asimilando a este itinerario de tierra,
de barro y brumas, los valores propios de aquel río manriqueño.
Luego, ya, en la última parte, un nuevo salto, para
concluir. Y el conocido río se va a convertir en
remanso que no corre, que acarrea trazos / del manantial primero... Es el
momento en que el eco del agua se ha hecho, en el verso de Faustino, voz del
misterio, voz que busca lo esencial en medio de la fragilidad. Ahora el yo
lírico siente que sucumbe el hálito vital. Que él mismo desaparece. Ya no hay
agua, sino lodo (página 60):
Me
acerco al eco del agua. Sonidos que silabean mi nombre; rumor de otro río que
acarrea trazos del manantial primero; voz del misterio grabado en el limo y en
los juncos. Eco que refleja mi orilla con ansia de Paraíso. (p. 54)
Se
ha completado así el círculo, de forma breve, pero intensa, por lue (‘) los
versos de Faustino Lobato están cargados de profundidad, de un aluvión metafórico
muy granado, a través del cual el poeta ha buceado en la poesía del
conocimiento, de lo absoluto, en la búsqueda ardiente del alma de lo eterno. Y
de ahí que, a medida que avanzaba en su particular vía mística, haya terminado
por sentir que la pasión del agua lo habita; que su cuerpo, como de ser humano,
está, en lo esencial, constituido por agua, por agua que por sus brazos fluye;
y que moldea su fragilidad esencial...
Y
así, en lógica consecuencia, si él se ha hecho agua, esta, a su vez, se
humaniza. El sujeto poético reconoce así la piel del agua, en esa línea
visionaria que hizo escribir a Luis Álvarez Lencero aquel maravilloso verso que
decía: He llorado sobre la piel de una lágrima.
A la postre, si todo cambia no podía dejar de cambiar el propio verso, y este,
a lo largo de estas páginas, unas veces se hace estrofa, y otras prosa poética,
unas veces reflexión y otras sentimiento, una veces agua y otras tierra, en una
lucha de contrarios que acaba por configurar un relato de carácter metapoético:
Cambia el verso en la carne del encuentro; / en el destino del capricho; en la
angustia / de esta soledad de barro pegada a mi horizonte (p. 46)
RUFINO
FÉLIX MORILLÓN en la Revista de Estudios Extremeños págs 777-78
Importante ir a páginas 777-78 apartado Reseñas.http://www.dip-badajoz.es/cultura/ceex/reex_digital/reex_LXXIII/2017/T.%20LXXIII%20n.%201%202017%20en.-abr/90403.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario