lunes, 23 de octubre de 2017

El Nombre secreto del agua en la Revista de Estudios Extremeños

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              El poeta Faustino Lobato vuelve a la palestra de la actualidad literaria con una nueva entrega, El nombre secreto del agua, que nos ha sorprendido muy gratamente. En ella Faustino Lobato (al amparo del famoso aserto de Heráclito, que reza Todo fluye, todo cambia, nada permanece) recrea el tema del tiempo, seguramente el tema poético por excelencia, el que con más emoción sacude la sensibilidad del lector. Un tema que como tal ha sido tratado en todas las épocas, de acuerdo con el temperamento de cada una de ellas, y con la conciencia de cada escritor. 

                    Y así, como es de esperar en un escritor con voz propia, Faustino Lobato lo aborda desde su peculiar estilo: a partir de la cita del sabio griego, se sumerge en los entresijos de su mensaje, valiéndose para ello de una imagen tan significativa, tan rica en connotaciones, como es la imagen del agua, de la que nos cuenta su historia (página 55): La gravedad de mis manos recorre la geografía del agua (p. 47)

                       La escenografía del agua recorre, pues, el poemario, contando sensaciones, y otorgando unidad y coherencia a las tres partes en que este se divide, en mutua correspondencia con los tres sintagmas que se yuxtaponen en la referida cita. Una estructura, por tanto, muy marcada, que pone en evidencia una firme voluntad de establecer un orden, sobre el que va a descansar todo el mecanismo de progresión, desde el principio hasta el final. Y en este recorrido el poeta logra desarrollar, de forma muy personal, una imagen que pertenece a la gran tradición literaria. Y ahí, precisamente, radica buena parte del acierto del libro. 

                     En la primera parte de este, Todo fluye, la concepción del agua responde a la manriqueña corriente de agua que toma cuerpo de río, corriente de las horas (página 18), y origen de la vida (donde primero fue el agua, página 21).

                         Más no quedará ahí este ejercicio de recreación simbólica. Y de lo establecido, el poeta, en la segunda parte (Todo cambia) va a derivar hacia otra mirada que hará del agua su propia morada, eso sí, una morada que transita (página 33), ya no por el cauce de un río, sino entre las dos orillas del camino que marca el tiempo (página 41), asimilando a este itinerario de tierra, de barro y brumas, los valores propios de aquel río manriqueño.

                          Luego, ya, en la última parte, un nuevo salto, para concluir. Y el conocido río se va a convertir en remanso que no corre, que acarrea trazos / del manantial primero... Es el momento en que el eco del agua se ha hecho, en el verso de Faustino, voz del misterio, voz que busca lo esencial en medio de la fragilidad. Ahora el yo lírico siente que sucumbe el hálito vital. Que él mismo desaparece. Ya no hay agua, sino lodo (página 60):

Me acerco al eco del agua. Sonidos que silabean mi nombre; rumor de otro río que acarrea trazos del manantial primero; voz del misterio grabado en el limo y en los juncos. Eco que refleja mi orilla con ansia de Paraíso. (p. 54)

                           Se ha completado así el círculo, de forma breve, pero intensa, por lue (‘) los versos de Faustino Lobato están cargados de profundidad, de un aluvión metafórico muy granado, a través del cual el poeta ha buceado en la poesía del conocimiento, de lo absoluto, en la búsqueda ardiente del alma de lo eterno. Y de ahí que, a medida que avanzaba en su particular vía mística, haya terminado por sentir que la pasión del agua lo habita; que su cuerpo, como de ser humano, está, en lo esencial, constituido por agua, por agua que por sus brazos fluye; y que moldea su fragilidad esencial...

                     Y así, en lógica consecuencia, si él se ha hecho agua, esta, a su vez, se humaniza. El sujeto poético reconoce así la piel del agua, en esa línea visionaria que hizo escribir a Luis Álvarez Lencero aquel maravilloso verso que decía: He llorado sobre la piel de una lágrima.

                        A la postre, si todo cambia no podía dejar de cambiar el propio verso, y este, a lo largo de estas páginas, unas veces se hace estrofa, y otras prosa poética, unas veces reflexión y otras sentimiento, una veces agua y otras tierra, en una lucha de contrarios que acaba por configurar un relato de carácter metapoético: Cambia el verso en la carne del encuentro; / en el destino del capricho; en la angustia / de esta soledad de barro pegada a mi horizonte (p. 46)

RUFINO FÉLIX MORILLÓN  en la Revista de Estudios Extremeños págs 777-78

Importante ir a páginas 777-78 apartado Reseñas.

http://www.dip-badajoz.es/cultura/ceex/reex_digital/reex_LXXIII/2017/T.%20LXXIII%20n.%201%202017%20en.-abr/90403.pdf


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