Espacio transeúnte, quebrado al paso, de baldosas rotas
hasta
en lo inimaginable.
Soportas multitud de marchas, de ritmos diversos,
de
personas con pensamientos que mantienen sus vísceras.
Cuánto sueño, cuánto
dolor en cada uno de los que te pisan,
de los que golpeamos tus heridas, tus grietas
de cemento reventado por el calor del estío.
Compañera en la calle, islote alargado
que salvas
de la prisa de otros.
Aceras de grietas miles en el mosaico geométrico ajado
y húmedo.
Rotas en mil pedazos, sobreviviendo a los pies cansados
que te transitan y
tropiezan en tus huecos.
Te dejas acariciar por calzados de todos los tamaños,
un
sunami de zapatos, multicolores, te atraviesan
y visten de sonidos que tú,
como la piel de un tambor,
recoges y devuelves, desnudos, limpios, ocultándolos
en los rincones.
Aceras que acoges sombras, mis sombras,
en un dibujo espontaneo
que obedece a la generosidad de la luz.
Aceras, aceras, grises y blancas,
como
la esencia de esta urbe que marcha a la deriva
sin ritmo propio.
Largas y estrechas, cortas y
anchas, limitando la avenida.
Espacio callejero que marca el camino a casa,
con esa impronta de la
prisa
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