Cada
día estreno luz en los cantos
de
la orilla;
sigo
por la delgada línea del pulso;
sueño
con la fuerza que desvela
el
calor del Paraíso. Y en este fluir,
la
mirada se vuelve cómplice
de
los dioses creadores.
Vuelvo
a empezar, amante,
en
la maraña cotidiana, con olor
de
extraños nombres
impregnados
de memoria.
Sigo
la huella del agua
sin
deshacer la clave del deseo,
esa
pasión que me habita
más
allá de lo prohibido.
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