El tiempo me ha desnudado hasta quedar expuesto
a la invasión de lo peor. Estoy a la intemperie,
consciente de esta fragilidad, desprovisto y a merced de todo.
Un
silencio diferente levanta un muro, una elegía al desencanto.
Me resisto a no empezar de nuevo, a mirar a la cara, a sonreír
aunque me atenace la nostalgia y los recuerdos se vuelven
alimañas,
monstruos al acecho. Sobrevivo. La mañana tiene ese temple
de invierno con sol, de ruidos mínimos, de sordina en las
aceras.
La calle está invadida de soledades andantes. Dentro de mí
te alimento, como el primer día, al dibujar las partes
borrosas
de tu imagen. Y trazo murmullos de encuentros, que no
sucederán.
Prefiero fabular con el eco del pasado que morir de hastío.
Y en este presente de fiesta, de risas y contradicciones, el
fuego
se agota, como si la luz se empañara en negarme tu
presencia.
No quiero vivir entre fragmentos de historias por terminar
ni en la decepción, ni en la mentira. Quiero vivir, a secas.
La felicidad se hace notar en medio de las ruinas,
dando color a lo que todavía permanece en pie.
Y en este deseo de lo mejor dispongo la mesa,
enciendo las lámparas, con el perdón en la boca.
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