No hay nada que hacer cuando la vida sigue
su cauce y la piel, pierde el olor de la aventura.
Por qué evitar el
dorado de las aceras
y el barro de la calle, si no estás . Por qué no admitir
el destrozo
transeúnte que convive con el tiempo,
ese gigante obsceno que engulle lo mejor.
Por qué no dejar que este éxodo del desespero
encuentre refugio entre los huecos vacíos del alma.
Nada que hacer cuando tu silencio invade el verso
y la mañana sabe a huida y la tarde a invierno.
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