Hoy, señalaste con asombro el estante de tus libros
y, con adverbios definidos, el lugar de los tesoros.
En la esquina de tus dedos, el balbuceo de las palabras
parecían apuntar el origen de un diálogo.
Enamorado de todo lo que ves, recitas las letras
de las paredes de tu cuarto. Con la rabia indolora
de un animal herido, comienzas a morder un plástico
sin nombre. Ríes, dejando traslucir el color de los deseos.
Y esta ida y vuelta, de antojos y llantos,
la prisa nos empuja hasta la calle. Con el recital
de los números pisamos el verso de las horas.
En las aceras se preparaba la liturgia del diario.
No había marcha atrás. La mañana nos tragó,
dejando en libertad la mirada de los sueños.
Hoy, señalas insistente el zoo matutino y sin saberlo,
descifras a la par el sencillo color del tiempo.
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