Una trona no es un trono en
femenino sino la torre vigía desde
donde Rodrigo divisa lo que le gusta; es, a veces, la silla de castigo cuando elude la obediencia a las pocas normas. Una
trona es, valga la comparación, un campo
de batalla donde comer se personaliza como un enemigo. En realidad, la trona
es un estorbo en medio del salón o el
office con la que todos tropezamos en nuestras idas y venidas. Bendito estorbo
que sirve de remedio para alcanzar lo mejor o para sufrir el peor de los
tragos con Rodrigo.
¿Qué pensará Rodrigo cuando pasen
los años y vea este armatoste con diseño
de IKEA? ¿Se acordará de ella como potro de tortura o como taller donde dibujó los primeros
garabatos? Creo que se reirá y hará chistes de esta silla deforme que le permitió estar a la altura de todos en la
mesa. ¿Se acordará de las riñas ante los purés de pescado, más ricos que un
potito, con el que jugaba y enfadaba a todos por ello? No creo, Rodrigo, como
el resto de los humanos, tiene un especial anticuerpo que borra el pasado doloroso
dejándolo en las emociones presentes. Se acordará, eso sí, de los achuchones y de las risas, de los
momentos en el que le hemos querido viéndolo crecer y contando sus dientes.
Menos mal que existe la trona, "el trono", donde Rodrigo es rey y el freno desde donde poder dominar este
potro desbocado, un niño feliz, con un gran arsenal de testosterona.
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