Montado en la delantera del carro
de las compras Rodrigo divisa el supermercado como un capitán de navío desde su
puente de mando. Lo pregunta todo, balbucea lo que no sabe, y señala lo que le
gusta por el color. Y en su señalar apuntó una caja trasparente de muñecos para
el baño. Maravillosa caja con princesa y torre, además de dos soldados, caballo
y dragón. Rodrigo miraba con admiración tanto color y volumen juntos. Unos
muñecos fabricados en China aunque la promotora sea valenciana y con sello de
la comunidad europea. Antes de pagar la caja trasparente colgaba del brazo del
chiquillo como si de un amuleto de la suerte se tratara. La pericia de la
cajera hizo, sin desprender la caja de muñecos del brazo de Rodrigo, que la
nota del precio pasara.
Llegados a casa, se desprecintó la maravillosa caja liberando
a los muñecos de su anonimato. Rodrigo les puso nombre a todos. Y así, vivos en
sus manos, los muñecos comenzaron a moverse por el salón construyendo historias de princesas y dragones. Unas veces
desde el sofá, otras desde los sillones, los soldados hablaban entre sí de una
princesa perdida en medio de la mesa junto a una torre a punto de caer. Después, el
caballo y el dragón brincaban de la mano de Rodrigo por los bordes del
televisor hasta la trona. Este les hacía subir y
bajar, como si de titanes se trataran. La cena estuvo acompañada de los
soldados que, como dos vigilantes del tesoro, custodiaban el plato de la
tortilla francesa. A los postres, el caballo saltó por encima del zumo de
frutas que Rodrigo tomaba apretando el break.
Ya para dormir el muchacho empuñó
su oso de peluche en una mano y el caballo de sus historias en la otra. Había
que salvar al menos uno de los muñecos del encierro en su caja transparente.
Mañana, ¿los muñecos darán motivos para seguir construyendo
historias? Probablemente sí, y Rodrigo se sentirá feliz, como si de un
guionista amateur se tratara.
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