Últimamente me emociona ver a
Rodrigo mantener conmigo, mientras lo visto, un “a modo de conversación” que es
algo más que un balbuceo de sonidos inconexos. A su edad, más de un año y medio
ya sabe más de cincuenta palabras. Al menos las que dice tiene un significado
para él. En realidad, aunque su lenguaje es extraño, las palabras-monosílabos- que emplea
tienen coherencia sobre todo en el imitar a los adultos. Es increíble la rapidez
con la que aprende, al menos a mí me lo parece. Al “parlotear” hay que unir el
andar y el correr. Toda una experiencia. Rodrigo, transmite en su actuar una
enorme sensación de independencia. Cuando corre entre los muebles detrás de los
gatos se le ve feliz, o cuando anda a coger las pelotas-sonajeros varadas debajo
de los muebles. Este hacer de Rodrigo es para mí una metáfora vital ante la que
no puedo evitar el reflexionar. Siento que en mi vida mantengo una especie de
balbuceo ante las cosas que, aunque las nombre, nunca las aprecio en
su medida. Es cierto que este hecho responde a un superar torpezas o a la búsqueda de lo mejor. En definitiva, la
presencia de Rodrigo me hace feliz y me ata a la realidad. Su estar vivo me empuja,
a mí también, a estarlo.
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