Hace unas horas un poeta amigo mío, Julián Borao, me ha escrito una carta en facebook comentando el poemario, El nombre secreto del agua. En esta carta, entre otros asuntos, me decía al respecto:
"Leer tu libro ha sido una sorpresa muy agradable. Creo que has conseguido un poemario que se lee como una sinfonía de principio a fin, una sinfonía del agua, como objeto real y también metafórico, que fluye y cambia sin cesar.
Has utilizado a Heráclito como pretexto, basándote fundamentalmente en la vertiente del fluir, de la no permanencia y del cambio (obviando, sin embargo, el papel que él daba al fuego como constituyente común de las cosas y de sus cambios), es decir, has impregnado el poemario, sobre todo, del devenir para recrearte en el símil de la vida como experiencia y has conseguido un texto de una gran coherencia conceptual.
Resulta complicado centrarse en un "sujeto teórico" y ceñirse a él a lo largo de todos los poemas pero tú lo has conseguido y te felicito."
Este comentario, obviamente positivo, subraya algunos aspectos que me alegra que Julián, como lector, haya sabido apreciar desde la sensibilidad del poeta, y es el hecho del devenir recreado en la vida. Este, es cierto, se expresa o esa era mi intencionalidad, en un constante vitalismo que, de manera inexcusable, hace que el yo literario mire de frente aceptando la fragilidad existencial en el propio cambio de lo cotidiano.
Desde este rincón de mi habitáculo quiero dar las gracias a Julián Boráo, poeta y amigo con el que comparto esta inquietud por el verbo, por la palabra en acto. Julián Borao coordina las Noches poéticas en Bilbao.
Gracias poeta por tus palabras.
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