Quiero compartir con todos la presentación de Mila Ortega a El nombre secreto del agua.
"Muchas gracias a todos por
acudir a este acto. Especialmente saludo a los contertulios de Página 72 y a
Tino. Quiero, de todo corazón,
agradecerle que me haya dado la oportunidad de participar en este
proyecto poético hoy culminado, aunque sea solo en la pequeñísima parte que
puede, y debe, llevarse una presentación.
Más allá de los aspectos
literarios o críticos, mis palabras pretenden ser un bosquejo, un dibujo expresionista, sin duda, de las consecuencias que en mí ha logrado su
obra. Porque la literatura no es literatura sino provoca en el lector algún
tipo de transformación, por mínima que sea. Le pregunté por qué me había elegido a mí y me contestó
que lo tenía claro desde el principio. Bueno, me siento muy orgullosa por ello.
Se trata del quinto o sexto
trabajo de Tino Lobato, un poeta exigente en la forma, arqueólogo del fondo y
persistente buscador de íntimos pensamientos que satisfagan su insaciable deseo
de escribir.
Ha elegido un título muy
sugerente, que tendrá, con toda seguridad, un significado distinto para él y
para cada uno de los lectores. A mí este
hermoso título me sugiere tres ideas: el lenguaje, el intimismo y el concepto
del agua.
Lo que no tiene nombre es difícil
de imaginar, casi no existe. Pero el lenguaje es insuficiente para expresar
todo lo que pretendemos y nos resulta impreciso y torpe. De ahí la importancia
de elegir con exactitud las palabras para un escritor. Tú mismo, Tino, lo dices
en el poema de la página 42: Cómo poner
nombre a los trozos de sol/ pegados a cada instante.
Aparece después el secreto,
que creo puede hacer referencia a la intimidad, el yo lírico y sus ocultos
sentimientos, profundas emociones que el poeta pretende trasmitir a lo largo de
toda su obra.
Y en tercer lugar el
concepto, en este caso el agua como núcleo o justificación que el autor
utiliza, nunca mejor dicho, para derramarse de manera sugerente y perfectamente
introducido con la cita de Heráclito: Todo
fluye. Todo cambia. Nada permanece, que abre el libro y da título a las tres
partes que lo integran. No he podido evitar recordar la interpretación “no
dual” del universo, donde cada uno de nosotros somos gotas de agua de un mismo
océano, todos igualmente mar. Cada gota de agua, cada charco, cada ola,
encrespada o pacífica, es diferente a la anterior y a la siguiente pero todo es
agua.
En la primera parte, el agua
es fundamental para la primera persona, vivo en
el agua, soy agua y ese yo asume
las cualidades del agua en sus múltiples formas, en las distintas imágenes que
el autor describe y como el agua y en el
agua se pregunta, duda, existe.
De esta parte, destaco el
poema 4, de la página 23, porque desnuda más al protagonista, porque es más
atrevido, porque los hombres, al final, nos movemos muchos más por las pasiones
que por las ideas. ¿Por qué fue tan estupendo?, solemos preguntarnos. Porque era
clandestino, porque era prohibido, porque te jugabas algo más.
Cada día estreno luz en el borde
de las márgenes;sigo por la línea
del pulso; sueño con la fuerza que desvela
el calor del Paraíso.
Y en este fluir la mirada se vuelve
cómplice de los dioses
y escribo
notas de consuelo.
Después, vuelvo a empezar,
amante, en la maraña cotidiana,
con olor de extraños y nombres
impregnados de memoria.
Sigo la huella del agua
sin deshacer la clave del deseo,
esa pasión que me habita
más allá de lo prohibido.
En Todo cambia… se integra con el agua el resto del paisaje, las
rocas, el río, las hojas, los matorrales, las raíces, los arbustos. Parece la
parte más descriptiva del libro y donde se evidencia que el poemario ha sido
inspirado, en gran parte al menos, por la contemplación de la naturaleza. Un
juego de imágenes encadenadas que deja entrar, en la prosa poética de la página
40, a otros elementos esenciales como la tierra y el fuego, que son de la misma
forma que el agua, la fuerza del cambio, contrarios e indispensables. De esta
parte destacaría el poema de la página 45.
Bajo el ritmo de los tallos, el baile del agua
toma el centro de mi ser, más allá de los ruidos,
donde la mirada es compasión y perdona las horas.
Por qué no admitir las pruebas que me empujan
a seguir vivo.
Cómo comprender la gravedad
de esas mil razones que mi corazón
no entiende. La fragilidad de esta carne
cambia el canto y moldea la frontera
de este cuerpo hecho agua.
La incertidumbre del cambio
deja atrás la sonrisa de las horas
pero no el empeño de seguir vivo.
Por qué no declarar el sustantivo
del amor que me sorprende.
Y es que somos agua y no lo
aprovechamos, no somos conscientes de nuestra capacidad de adaptación: “ser agua, sé agua, mi amigo”” la famosa frase de Bruce Lee. En la medida que nos resistimos a nuestro entorno,
que rechazamos nuestro recipiente nos
convertimos en hielo, y el hielo se quiebra con facilidad, mientras que
el agua soporta cualquier hachazo, porque fluye, porque rebosa, porque cambia,
porque nunca es la misma.
Curiosamente la tercera
parte, Nada permanece, comienza con unas referencias al eco del agua,
al eco de la nostalgia, al eco de un pasado que solo existe en nuestra mente,
porque en efecto, nada permanece. Y esta insistencia del hombre en recordar le
supone, con frecuencia, una carga difícil de asumir, una losa pesada. Sabemos que nada permanece pero
seguimos recordando sin llegar a lograr entender la esencia del agua, que es
toda y diferente en cada momento. Pero es aquí, en esta tercera parte, que me
ha sabido a poco, donde se muestran más intensas las emociones: la soledad, el
vacío, la duda, lo incierto, lo prohibido, incluso.
Y termina, el poemario, de una forma muy
acertada, de la mejor manera a mi juicio. Porque, en definitiva, lo que ha
pretendido el autor es solo, y nada más difícil, que darle nombre al agua,
porque estas cinco letras que forman el vocablo agua son absolutamente
insuficientes para describir, explicar, contener su inmensidad y sus infinitas
interpretaciones.
Sigo mudo en esta fragilidad
del misterio que me circunda. Los verbos
resisten entre aguas interiores. Ruedan
ebrios de limo.
Quiero regresar al lugar del sueño,
sin alas. Impulso que busca,
en el espejo del agua,
versos prohibidos.
Se oculta el poema en el aliento de las palabras.
Y las estrofas, cantos rodados,se pegan
al ser del verbo, con el anhelo
de darle nombre al agua.
Todos estos poemas y
el trabajo incansable e ingrato del autor, que se oculta detrás de éste y de
cada libro, no persiguen otro objetivo que ese: darle nombre a un concepto, en este caso al agua.
Y además, Faustino Lobato, lo ha hecho de una manera muy propia y acertada tanto
en el planteamiento como en la ejecución
literaria. De manera que, solo me queda felicitarte, darte mi enhorabuena y
desear que se lea mucho y se disfrute más."
Badajoz, 19 de Mayo de 2016
Mila Ortega
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