Me gustaría dejar aquí una brevísima reseña de El nombre secreto del agua, subrayando la intencionalidad de este libro que no es
otra que la de hablar de lo frágil, de lo no absoluto, de lo no permanente, de lo
que tiene movimiento y no se estanca, como las aguas del Guadiana, que fluyen y
cambian en un trueque maravilloso de color y de paisajes.
Pues así, en cada
capítulo encontrareis esa propuesta a
buscar, desear en la gravedad transparente y desnuda de la vida en un intento de darle nombre a la utopía;
sí, hay una mirada a ese vértigo vital
que conjura el aliento primero en una
lucha de contrarios, éstos que no son más que nuestras propias
contradicciones, provocadores de los
cambios; y que son, éstos, los que nos sacan del anonimato y nos nombran y
perdonan la ceguera de los días. En este poemario hay mucho de soledad pero más de silencio,
de solemne silencio que se pega al ser de la palabra.
La
dedicatoria a mi hijo y a mi mujer que aparece al inicio es de justicia porque ellos son partes de la fragilidad, que aceptada, me hace ser y
aunque parezca paradójico, son, también, mis
fortalezas, donde me crezco y crezco como persona.
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