Manuel Pecellín en su sección del blog de Hoy.es, Libre con libros hace una extensa recensión sobre el poemario El nombre secreto del agua. Vaya mi agradecimiento a Manolo por estas notas:
" El nombre secreto del agua abre con una de las sentencias más famosas en la historia de la filosofía occidental y prácticamente la única que de su autor ha llegado hasta nosotros, el “panta rei” de Heráclito. La primera parte del poemario es la traducción literal de este topos: “Todo fluye”. Unos versos de Michel Houellebecq dan pie a los del autor, que los va alternando con pasajes en prosa poética de alta intensidad. El sujeto lírico se identifica con la el caudal de agua en la que uno nunca puede bañarse dos veces. Aunque se lograra retenerla con cualquier artimaña, quien acceda de nuevo al embalse ya no será el mismo de la ocasión anterior, transformado inevitablemente por el discurrir de las horas. Esa conciencia del constante fluir, contraria a la inmutabilidad parmenídea del ser, constituye el fundamento del pensamiento relativista, frente al dogmatismo, tal vez la perezosa, acomodaticia actitud mental de quienes niegan el movimiento, la transformación, el cambio indefectible de las realidades todas. Como el trueque del agua, el poeta se reconoce metamorfosis múltiples según discurre la corriente de sus días. Eso no quita para que, entre los diluvios que lo anegan, confunden acaso, aspire a mantener la pasión, las ansias, los márgenes donde más se reconoce, alcanzar tal vez un paraíso inmarchitable.
“Todo cambia” es el título anafórico de la segunda parte. Verso y prosa alternan nuevamente, los pasajes de la segunda dispuestos en cursivas. La inquietud ahora se centra sobre el lenguaje mismo y la constatada dificultad para decir cuanto más importa, de descifrar “el misterio de la danza en la sangre del poema”, el amor, los sueños, quizá la utopía ¿Cómo trascender los límites del agua?, se pregunta quien no quiere someterse a las imposiciones del primer Wittgenstein o someterse al oneroso silencio. Porque, en definitiva, lo que más importa siempre supera con mucho las imposiciones del decir lógico-matemático. Ahí reside el máximo atractivo de la voz lírica auténtica, libre e iconoclasta. El riesgo de no seguir la máxima del Tractatus (“Sobre lo que no se puede hablar, mejor es callarse”) es incidir en simples “flatus vocis”, sin contenidos, en confundir las voces con los ecos (Machado).
“Nada permanece”, la parte tercera y última, mantiene el mismo discurso. El poeta se resiste a dimitir de sus nostalgias y busca cómo romper la deriva hacia el también atractivo silencio. Los poemas se van concentrando y el lenguaje deviene cada vez más desnudo, sin renuncia de la claridad. Como un eco del gran fray Luis, se alaba a quienes saben vivir a solas, vistas las dificultades de la comunicación. Tal vez se les desvelan así sinfonías de piedras y nubes, aladas historias, estrofas entre cantos rodados, que sustenten las siembras últimas de la vida."
Faustino Lobato, El nombre secreto del agua. Madrid, Vitruvio, 2016
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