La segunda parte de ULTRAMOR, con 32 poemas, Alfonso Brezmes nos sitúa ante un “corazón que presiente” indicándonos que lo importante es la intuición (deseo) de la realidad, más allá de la propia realidad: “no existe la realidad/-dice- es deseo el que la hace posible” (pg. 15). Con estas expresiones de texturas metafísicas y platónicas, lo espiritual toma un sentido casi corporal.
Es en este contexto donde nuestro poeta coloca unos versos sobre el tiempo.
El tiempo, nos enfrenta con la realidad más real, aquella que “nos encontró despiertos”-dice- (pg. 59), dejando lo ideal en el sentimiento profundo de una pregunta sin resolver. Estar despiertos en esta realidad confunde dejándonos a merced de una paradoja, la de no ser y ser: “los fantasmas no existen, porque los fantasmas somos nosotros” (pg. 58). El tiempo, ese que el poeta puede detener con un Nevermore,: “en su palabra todo se det(iene)” (pg.62). Porque la palabra escrita hecha literatura “siempre vence” a pesar de ese sentimiento kafkiano que acompaña a quien escribe: sentirse libre en la cárcel de su ser mismo (ver pg.64).
El tiempo, que el poeta nos expone en esta segunda parte, es algo más que tiempo cronológico, es el camuflaje “de hechos cotidianos, de pequeños accidentes impalpables/ que poco a poco nos devuelven a la vida” (pg.68). Ese tiempo, se transforma en droga de la noche que
“vuelve/
con su dosis exacta para hundirse/
en la tinta sedienta de palabras/
y con ellas iniciar sobre el papel/
su viejo ritual de apariciones” (pg.69).
Es en la noche y en sus silencios donde “todo lo que no soy yo-dice el poeta- llega a mí y me señala” (pg.70).
Este tiempo ideal reafirma, se encuentra en el recuerdo, y el poeta lo sabe, considerándolo un “peso invisible”, un “extraño pasajero” con el que se “viaja hacia el ayer, /sentado en un asiento de tercera” (pg.75). Sí, el recuerdo, ahora memoria, que el yo literario reclama:
“Ven,…, habítame, /
olvida ya sus ritos fúnebres/
y dispón sobre la mesa/
ese ceremonial de exhumación/
con el que invocas a los muertos.//
….//
Habla,…, cuéntame/
otra vez mi vida…” (pg. 77).
Porque es en la memoria, dice el poeta, donde hay que crear la realidad (el mundo ideal).
Así, con el más puro instinto platónico indicará que “aquí solo es posible: allí tan solo puede ser real” (pg.78).
Para el poeta todo es reflejo:
“las llamas sobre el juego de té…//
El sol sobre tus gafas…//…//
mi pálido fantasma en la pantalla…” (pg.81)
A pesar de todo, en este vivir imaginado, soñado, siempre hay un día después,
“un instante en el que gira el mundo//…
y nuestra mirada encuentra al fin otra mirada, /
y la vida logra de este modo detenerse, /
y el corazón puede por un tiempo descansar” (pg.82).
Ese es el corazón que el poeta del misterio y del terror romántico, Edgar Allan Poe, entrega “al que va a nacer” (pg.83). Porque el poeta está naciendo a una nueva forma de crear y mirar lo que le rodea.
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