jueves, 13 de julio de 2017

Silencio, escuchemos el reflejo del verso...

           


         Sigue sorprendiéndome Ultramor. Ahora, en los últimos poemas de la primera parte "Ojos que no ven", Alfonso Brezmes nos habla de la importancia del silencio y de la escucha atenta. Es por esto que  el yo buscador de esperanza, -el propio poeta- antepone el silencio a la escritura. Así dice, 

hoy no quise escribir para escuchar/ 
el dulce percutir de las palabras, /… / 
el corazón de todos los silencios.” 

         Esto es la razón misma y la esencia de la creación, la vocación del poeta, dejar que la palabra llegue en el silencio, en la noche del verbo,  que “es ahora/ el lugar de todos los advenimientos”. (pg. 25). Porque el hecho de escribir está- en un sentido metafísico- en esa otra parte donde “las cosas cambian de lugar/ y las viejas historias recuper(a)n/ la frágil densidad de lo posible.” (pg28).  Por ello hay que salir de la luz para enfrentarla, para dejarse invadir por ella y quedar ciego, como Homero, Borges, o Brezmes, dejando un rastro de oscuridad, en esa “casa sin puertas/ cuyo muros son palabras” (pg.29).

            Después del silencio, viene el escuchar, como dice Bizet, cita con la que arranca uno de los poemas, “todavía creo escuchar/ oculto bajo las palmeras/ su voz tierna y sonora…” Escuchar, y soñar evitando que la mirada se refleja en los espejos porque estos provocan miedo. Sí, mirar en el alma es un atrevimiento que provoca vértigo y el poeta lo sabe por eso mismo es mejor soñar “huyendo de la realidad y sus disfraces” (pg.33). “Frente al espejo hay un hombre, /…ese hombre es el recuerdo/solo proyecta lo que tiene detrás” (pg. 48). Este es el precio de lo impar, del ser uno-único, “despertar y no verse reflejado en el espejo” (pg.51).



            Finalmente, cuando el silencio ha serenado el alma y el oído interno es capaz de escuchar los reflejos del alma entonces el poeta se siente ir, y sueña, mucho más allá del propio estar. Porque no se está se va, y se vuelve. Un continuo moverse con “una moneda/…/ siempre en el bolsillo”. Con una pieza, sin valor, como testigo de lo permanente (pg. 37).  Y en esta acción de idas y venidas, a veces, es el alba- la metáfora del comenzar- quien sorprende en este volver a seguir soñando de “los despiertos”. 
                     “Tardó en llegar el alba silenciosa/ 
                     y nos sorprendió dormidos/ 
                    cuando tú, mi sombra rezagada, / 
                   volvías de regreso ya a tu hogar” (pg. 41), 

             En este hogar poético sólo hay silencio y escucha atenta, porque “el poeta no es de este mundo” (pg.43), pertenece a ese otro mundo donde la imagen es la realidad más pura. El poeta es “el hombre que un día quis(o) ser” (pg. 45). “Siempre sucede así. / La ubicación espacial no es fortuita…/ Todo se funde, la realidad comienza a desdoblarse” (pg. 49). 

               Por esto, importa cerrar los ojos para saber que “estás aquí/…/ Y basta” (pg.53).

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