Cuando el halago de la luz me
deja desnudo frente a la frontera del espejo y el tacto se vuelve orgasmo que
disuelve los fantasmas del miedo y la vergüenza es una aventura a derribar, los
labios permanecen mudos saboreando el suspiro del placer. En este momento, cuando la carne se aferra al hilo mágico
que dibuja abrazos, ríos, que desembocan en el oculto mar de los deseos, en
este minuto, siento derramarse la caricia de tus versos por el vértice erecto del instinto, ese lugar
donde el paraíso mantiene su huella.
En este punto de ida y vuelta, mañana
de septiembre, mientras paso las manos por las plantas y el incienso me deja su rastro en la piel,
en este preciso instante, con las horas colgadas y la prisa de la compra en los
bolsillos, todo me resulta solemne y extraño.
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