Me duele el cuerpo hasta salpicar
las vísceras de miedo,
como si fueran dibujos de un calidoscopio. Siento
que muero
al ritmo de este otoño. Sale el
sol. Las voces resultan ajenas.
Todo es ajeno al ser cuando la
vida escapa de lo simple.
Me duele la carne en este
naufragio de vivos. No quiero
esconder la gravedad de los sueños bajo al barro.
Quiero vivir sin forzar los
silencios, dejando a la palabra
su razón y a los impulsos su momento.
Me duele este ser que vuela con frágiles
alas en el espacio
breve de los días. Cómo cansa
responder al eco de los muros,
a las palabras de siempre, y a la lucha inútil de los seres perfectos
que reclaman sus egos. Difícil
que la vida mantenga su rumbo.
Me duele tanto este tardar de lo nuevo
que el alma
se acostumbra a sobrevivir sin
religión y sin patria.
Duele, pero menos, cuando el ser abre
los ojos
a la inquietud sin adjetivos y a
la súplica sin máscaras.
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