Los humanos, seres que nos consideramos
inteligentes, tenemos fallos “garrafales” como este de la estupidez. Esta actitud puede llegar a desarrollarse en nosotros de forma tan
sutil que, sin darnos cuenta, puede alcanzar cotas inimaginables. Einstein decía, como Renan, que la estupidez es infinita. Cuando esto sucede, cuando el
grado de estupidez e inconsciencia es grande, termina por reventar con lo más
sagrado. Ante este hecho me pregunto si este animal que somos, considerado racional y social, no es más que un conjunto de
torpezas, propias de quien piensa sin saber pensar o un manojo de irregularidades pegadas a la fragilidad
del propio ser. En realidad, mientras más nos crecemos pensando que lo sabemos todo
o creemos haber conseguido mucho al final comprobamos que no sabemos nada o incluso que no hemos
obtenido, la mayoría de las veces, más que basura. Lo peor de la estupidez no
es solo hacerse daño a uno mismo sino, y también, hacerle daño a los seres más próximos,
a los que te quieren. Estos son los
únicos que- en momentos de tocar fondo de manera estúpida- te saben “poner las pilas”. Maldita estupidez humana,
propia de la condición de nuestro ser,
que nos hace ser- muchas veces- tan inhumanos.
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